Fue tan radicalmente antitrujillista que desde que se instaló la dictadura renunció a sus bienes, posiciones, familia y se marchó del país para siempre. Antes había sido propuesto dos veces para presidente de la República, función que declinó. Luchó ardorosamente contra la ocupación norteamericana de 1916, se opuso a la reelección de Horacio Vásquez, fue pionero en el estudio de los recursos naturales y la preservación del medio ambiente y muy joven participó en movimientos revolucionarios para impedir la continuación de regímenes tiránicos, como el de Ulises Heureaux tras cuya caída detuvo las aspiraciones de Perico Pepín.
Juan Bautista Pérez Rancier fue además modelo de trabajo desde sus años más tempranos cuando fue empleado en la sombrerería “La física moderna” de su natal Santiago, y en una cigarrería, oficios que compartía con estudios y política.
Desde el bachillerato deslumbró por su inteligencia y ejemplar entrega. Concluyó la secundaria en Sackville, Canadá, y la prensa de ese país ponderó en una crónica su ensayo “La dura experiencia”, que presentó al graduarse y que narraba su lucha por lograr el dominio del idioma inglés. Recibió una salva de aplausos cuando lo leyó.
Su cultura era extraordinaria. Viajó por diferentes lugares de Estados Unidos y de Europa y residió en París donde se recibió como Doctor en Derecho. A su regreso revalidó en la Universidad de Santo Domingo para poder ejercer en su tierra.
Es uno de los dominicanos sobre el que más se escribió después de su muerte y, sin embargo, es aún un gran desconocido. Nunca han sido suficientemente reconocidos sus servicios desinteresados a la Patria que añoró en el destierro.
El año de su deceso, 1968, se bautizó en Santiago una calle con su nombre y en 1983, al trasladar sus restos desde las Islas Canarias a la República Dominicana, se designó otra en Santo Domingo.
Ese año quedó sepultado su recuerdo pese al intenso derroche de publicidad que representó el acontecimiento. El presidente Salvador Jorge Blanco dictó un decreto encargando a los historiadores Emilio Rodríguez Demorizi, Frank Moya Pons y Julio Genaro Campillo Pérez, su sobrino, la repatriación de los despojos mortales y la recopilación de sus obras y escritos inéditos.
Antes, en 1972, se había publicado “Geografía y sociedad”, que además de una minuciosa cronología de su vida recoge sus escritos, y en 1983 vio la luz el “Homenaje a Juan B. Pérez en el centenario de su nacimiento 1883-1983”. Reúne opiniones de diversos autores sobre el hombre de ciencias, defensor de los derechos humanos y la libertad.
En los días posteriores a su fallecimiento aparecieron múltiples artículos exaltándolo. De Vetilio Alfau Durán salió una serie en El Caribe destacando cada una de sus facetas. Su memoria, empero, está olvidada. Muchos no saben a quién rinde honor “esa callecita de la Feria”.
Al conmemorarse el centenario de su nacimiento el Listín Diario expresó en un editorial que “el prócer del civismo dominicano”, es “casi desconocido por las nuevas generaciones, que lamentablemente desconocen tantas cosas”.
Trabajador y estudioso. Juan Bautista era miembro de una de las familias más influyentes y acomodadas de Santiago, no obstante, dedicó toda su vida al trabajo, el estudio y la lucha por la soberanía. En sus escritos refleja su preocupación por los pobres, los desempleados y las devastaciones y depredaciones en bosques, montañas y ríos.
Además, escribía. Sus informes, cartas, artículos y diarios permitieron conocerlo mejor.
Junto a los ecologistas Miguel Canela Lázaro y Miguel Ángel Ramírez inició en 1923 su pasión por proteger la flora y la fauna nacionales cuando ascendieron al Monte Tina. En años siguientes recorrieron las cabeceras del río Yaque, sobre el que redactó “El vedado del Yaque”.
En 1925, el periódico “El Imparcial”, de Puerto Rico, lo felicitó diciendo que se había impuesto “la patriótica defensa de las cabezadas del Yaque, en contra de la deforestación de aquellas montañas que surten de agua el gran valle…”.
Organizó excursiones al “Pico Yaque”, al “Monte N. de Maco”, al “Valle del encanto” y a otros sitios sobre los que dejó escritas sus impresiones.
Además de haber sido “hombre de leyes, de los pocos con que se honra el foro nacional”, como consignó Rufino Martínez, fue un eficiente y honesto servidor público: gobernador provincial y juez y presidente de la Corte de Apelación de Santiago y presidente de dicho tribunal, escribiente del Juzgado de Primera Instancia del Distrito Judicial de Santiago, catedrático de derecho romano y otros.
Entre sus actuaciones patrióticas más recordadas están las de la ocupación de Estados Unidos al país en 1916. Juan Bautista combatió a los intrusos con valientes ataques en la prensa, rechazos, discursos, resoluciones.
Su gesto más memorable ocurrió el 24 de febrero de 1920 cuando presidía la Corte de Apelación de Santiago. “Se inicia la causa pública en que se produjo el sonado incidente de Ramón Leocadio Báez (Cayo)”, a quien el capitán Bucklow había torturado, quemando su tórax y su vientre. Cuando este se rasgó la camisa mostrando las horribles quemaduras “el doctor Pérez, en brusco movimiento de indignación, hizo saltar en pedazos el Cristo de marfil de la sala de audiencia y protestó del salvaje atentado: “Se suspende el juicio. No juzgaremos a estos hombres, infelices instrumentos, hasta que los reos de ese y otros crímenes sean sometidos y sobre ellos caiga la sanción correspondiente”. El hecho tuvo repercusión en el Continente. Federico Henríquez y Carvajal lo inmortalizó como “El hombre del Cristo”.
Juan Bautista Victoriano nació el 24 de junio de 1883, hijo de Genaro Pérez Tavares y Elisa Rancier Valverde. Contrajo matrimonio el 26 de diciembre de 1917 con Filomena Marién Moya Franco y procrearon a Carmen Ercilia Adelaida, Gabriel Justo Casimiro (Jony), Genaro Antonio y Tomás Genaro (gemelos) y Juan Bartolomé.
Al instalarse la dictadura de Trujillo, “se mostró intransigente con el régimen que amenazaba coartar todas las libertades, en violación abierta a los derechos humanos”. Víctima de persecuciones, se marchó del país el 31 de agosto de 1931. Se estableció en Islas Canarias hasta su muerte el 18 de febrero de 1968.