Peripecias de un largo exilio en París

Peripecias de un largo exilio en París

Vivió una época de gran melancolía que ha superado porque lo
siente vivo. “Mi vida junto a Juan B. fue de grandes afectos, amor, cariño. Me
sentía muy realizada, aprendí de su humildad y de su responsabilidad frente
a los acontecimientos”.

Vivieron en una casa de acogida en “Le Foyer”, Francia, habilitada para exiliados políticos después de la Segunda Guerra Mundial. La dirigían Fernando de la Rosa y el líder socialista haitiano Serge Gilles. “Estuvimos ahí hasta que conseguimos un apartamento que nos dejó Clara Joa, en París, ahí estuvimos cuatro años”.
En ese tiempo Elsa y Juan B. se convirtieron en embajadores, anfitriones, guías turísticos y orientadores de los dominicanos que cobijaban y en organizadores de encuentros unitarios, solidarios, con otros camaradas desterrados de Chile, Perú, Bolivia, todos de izquierda.
“Formamos un comité de los dominicanos, con Fernando de la Rosa, había grupos de Italia y de Bruselas”, cuenta recordando entre sus coterráneos a Carlos Tomás Franco, José Serulle y Jacqueline Boin, Alejandro González Pons y Zulemita Ruiz (eran estudiantes y nos dieron mucho apoyo) y Lorenzo Vargas (El Sombrerero).
Elsa comenzó como camarera en un hotel turístico en el que debía limpiar y llevar comida a los huéspedes a las habitaciones, y al mismo tiempo estudiaba francés en la Alianza Francesa.
El esposo realizó constantes viajes a China, pero Elsa solo lo acompañó hasta Albania.
Con ternura maternal recuerda su segundo empleo en el que estuvo hasta su regreso a la República Dominicana. “Atendía a los niños de Silvie y Guy Meoblac, los padres de Ian y Marinne”. El niño apenas contaba cuatro meses de nacido y la hermanita cuatro años. “Me pasaba el día entero con ellos, todos los días, y de ahí me iba para las clases de francés. Hicimos una gran amistad, hasta el día de hoy”, expresa mostrando el álbum de fotos de la familia y contando mil historias de sus relaciones.
Los niños han visitado a Elsa en vacaciones, aquí han celebrado sus cumpleaños, y tras ellos han venido Silvie y Guy. Cuando Elsa retornó a Santo Domingo después de cuatro años con ellos, los pequeños quedaron angustiados. Hoy se les ha unido en el amor por su segunda madre, otra hermanita nacida estando ella aquí y que también viajó a conocerla.
Con exiliados y visitantes. Elsa y Juan B. organizaban encuentros, ofrecían conferencias, preparaban cenas con personalidades políticas y con otros exiliados para dar a conocer la situación del país durante los 12 Años.
“Cuando llegamos se instaló el Tribunal Rusell, en Bruselas, y todos los países afectados por regímenes autoritarios estuvieron representados”, explica. Por el país asistieron Ana Silvia Reynoso y su esposo y Juan Bosch. Se dieron cita intelectuales, escritores, científicos, durante cuatro días, refiere Elsa, quien estuvo participando y acompañando a sus compatriotas.
El Tribunal Rusell se conoce también como Tribunal Internacional sobre crímenes de guerra o Tribunal Rusell-Sartre. Fue idea del filósofo y matemático Bertrand Rusell en colaboración con el también filósofo Jean Paul Sartre.
En las elecciones de 1978, ganadas por el PRD a Balaguer, quien se negaba a reconocer el triunfo de sus contrarios, el país vivió momentos tormentosos por las acciones de los derrotados reformistas “y nosotros tomamos la embajada dominicana en París. El embajador era Jacinto Gimbernard y recuerdo que se portó muy bien con nosotros”.
Con banderas dominicanas, piquetes, sus fotos aparecieron en la prensa parisina. Sus presiones contribuyeron a forzar la salida del balaguerato.
La vida en el exilio “era difícil”, expresa Elsa. “Había poco tiempo para disfrutar”. Además de sus trabajos para sobrevivencia, y de las actividades políticas, viajaban frecuentemente al aeropuerto a recibir y acomodar estudiantes que iban a la universidad, a izquierdistas que huían de la persecución y a personas en busca de atención médica. En esas diligencias, expresa Elsa, “conocí a París”.
El doctor Antonio Zaglul y su esposa Josefina Záiter se dirigían a la Unión Soviética porque el reconocido psiquiatra tenía problemas de salud, pero “ni a ellos ni a Roa, secretario general de la UASD, ni al rector de la UNPHU, Juan Tomás Mejía Feliú, les dieron paso. Fuimos a sacarlos del hotel, porque era muy costoso: Mejía Feliú resolvió y José Serulle nos prestó el apartamento para los Zaglul. A Roa lo llevamos al Foyer”.
“Con los Zaglul anduvimos París entero, entablamos una hermosa relación, después a Toñito lo designaron embajador en España y allí recibió tratamiento y se curó”.
Instalado el Gobierno de Antonio Guzmán y decretada la amnistía, comenzaron a gestionar el regreso, pero a ellos no les permitieron volver.
“Por suerte fueron a un congreso en Portugal Salvador Jorge Blanco y su esposa Asela y José Francisco Peña Gómez, hicieron escala en París, pero no pudieron continuar. Se comunicaron con el presidente Guzmán y con Rafael Herrera exponiéndoles nuestra situación”.
Peña pudo irse “y nosotros nos hicimos cargo de Salvador y Asela, estuvimos dos días con ellos paseándolos, hasta que pudieron viajar a Portugal”.
No fue sino hasta un mes después cuando lograron el ingreso a Santo Domingo.
De esos años Elsa recuerda con gratitud y anécdotas la compañía de Joseito Crespo, el exguerrillero de Manaclas que residió junto a ellos durante dos años y fue el mejor hermano en los inagotables viajes –ocho- de Juan B. a China. “Íbamos con frecuencia a Madrid”.
Retornaran a finales de 1978 con Juan Bautista como presidente del Partido de los Trabajadores Dominicanos (PTD), del que Elsa fue militante, “pero hubo una división y retomé Bandera Roja. Ese ha sido el problema de las luchas ideológicas, políticas; ese ha sido siempre el gran problema de la izquierda dominicana: continuas divisiones”.
Juan B. murió en julio de 1997 siendo presidente de Bandera Roja.
“Su enfermedad me causó mucha tristeza, estuvo dos años padeciendo de un cáncer, primero le detectaron pólipos y fueron eliminados, pero a los 10 años le diagnosticaron cáncer del pulmón y hubo que operarlo, se le extirpó parte, pero el proceso siguió y culminó con su muerte”.
Vivió una época de gran melancolía que ha superado porque lo siente vivo. “Mi vida junto a Juan B. fue de grandes afectos, amor, cariño. Me sentía muy realizada, aprendí de su humildad y de su responsabilidad frente a los acontecimientos”.
Confiesa que el Golpe contra Bosch y la insurrección de Manolo le ayudaron “a ver la vida de otro modo, con más firmeza, aunque con estas pérdidas se fue toda una ilusión”.

 

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