Aunque se perciben como personas felices y exitosas en las redes sociales, en la vida del cine, las revistas y los espacios donde la publicidad expone la conquista del placer y el confort a lo más alto de la vanidad humana; la otra realidad es, que los problemas de salud mental se están triplicando: de cada seis personas una padece de depresión, ansiedad, ideas suicidas o sensación de vacío o de sentimiento de minusvalía.
El cerebro del hombre y de la mujer posmodernos se autogratifica y se recompensa a través de la cultura hedonista, consumista, neofilista y de las conquistas cortoplacista.
Psicológicamente hablando, es una sociedad que evita el dolor, el sufrimiento y la frustración. Solo se mueve por el placer, la vanidad y el confort. Es decir, la construcción de la “generación de cristal” de aquellos jóvenes que se quiebran o se rompen de forma muy frágil ante la pérdida, la frustración, la decepción y el acoso moral. La prisa y la aceleración son los peores enemigos de los jóvenes y de los adultos.
Ante la ausencia de paradigmas, de utopía, de ideología y altruismo social, los remedios y recetas para entender la falsa identidad ha sido la despersonalización, la anestesia y la sensación de sentirse atrapados o anonadados, sin respuestas y sin juicio crítico para entender la complejidad de la vida.
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Vivimos en una sociedad que evita el dolor, el sufrimiento y la frustración; pero también, no reconoce la espera, el después, los procesos y, mucho menos, las pérdidas.
Hoy día la gente se conoce menos, se acepta menos, y permite que el mercado se ocupe de sus decisiones de vida.
Las orientaciones no son libros, ni el aprendizaje formal, ahora las personas se orientan y dirigen por programas enlatados, las redes sociales, o los marcadores de tendencia y los influencers.
Hoy se consume la vulgaridad, el relajo, la chercha o lo chabacano; se vive sin límites, sin prudencia y sin respeto por la vida de los demás. Jóvenes y adultos, desean la notoriedad, ser noticia, invadir las redes, aunque sea de forma negativa.
Esa búsqueda de validación social, del narcisismo social y de la individualidad en el logro de propósito, más para el reconocimiento de los demás, que, por la satisfacción propia, genera los vacíos existenciales, los altos niveles de insatisfacción y desarmonía psicoemocional.
Para salir de la anestesia y del secuestro espiritual, hay que aprender a conocerse, aceptarse y superarse como se plantea en la resiliencia. Hay que poner límites, ser prudente, crítico y reflexivo; identificar sus propias necesidades y valores personales.
Vivir su propia realidad, conectando con lo que usted puede controlar o no dejarse impactar por las tendencias consumistas.
La vulnerabilidad y los riesgos han aumentado en la salud mental de las personas que han dejado su existencia al neuromarketing, las redes, y los algoritmos que influyen en las tomas de decisiones colectivas para las personas de “cerebros secuestrados”.
Se impone comprender las sociedades posmodernas para alejarse de la vulgaridad, de lo insano y de la anestesia en que nos han dirigido a través del cerebro, el sistema de creencia y de la neuropolítica. Todos estos conceptos hay que contextualizarlo en familia, iglesias, universidades, medios de comunicación, como forma de prevenir la salud mental de jóvenes y adultos atrapados y anestesiados.