El mundo ha cambiado de forma acelerada. La tecnología, el mercado, la información, los estilos de vida, los nuevos hábitos y el nuevo mercado laboral han incidido en la forma de pensar y en la construcción del sistema de creencia de las personas. Las formas y esquemas de cómo funcionaban las cosas en las sociedades predecibles, donde eran las mismas personas en los mismos lugares, hacían que las personas adopten conductas, resultados y comportamientos ajustados a sus esquemas mentales. La construcción del pensamiento se fue haciendo rígido, absolutista, conformista, inflexible y cerrado, independientemente de que la sociedad continuaba diversificándose.
Las personas de mentes cerradas tienen pensamientos totalitarios, extremos: blanco o negro, positivo o negativo, todo o nada, sencillamente, no aceptan términos medios, o darse el tiempo, la prudencia o la paciencia de esperar que las circunstancias y el tiempo les haga reflexionar. Sabemos que vivimos en sociedades que cambian, con estructuras que son dinámicas, o sea, cambiantes: familia, escuela, instituciones, grupos de amigos, religiones, partidos políticos etc. Para adoptar estos cambios nuestro cerebro a través de la neuro-plasticidad: “la capacidad en reformarse, remodelarse y reorganizarse” dice el profesor Joe Dispenza, es decir, la habilidad del cerebro de modificar e alterar su propia estructura como consecuencia de la experiencia y del pensamiento, para adaptarse a los cambios que el entorno impone o para funcionar de otro modo. De ahí que una persona puede adoptar la mente abierta para cambiar, aceptar, flexibilizar una postura, un comportamiento o una verdad absoluta. Las personas de mente abierta se hace más tolerante: aceptan vivir con las diferencias, respetarlas, discriminarlas y buscar alternativas para producir el conceso con las demás personas o grupos. Sin embargo, las personas de mente cerrada se hacen más absolutistas, más prejuiciosas y más fundamentalistas en defender a raja tabla en lo que creen, o entrar en la intolerancia y la radicalización de visión en túnel en las diferentes circunstancias.
Cuando las personas de mentes cerradas entran a una ideología, religión, grupos, se hacen más totalitarios y más prejuiciosos; el prejuicio consiste en rechazar a personas o grupos sin tener un objetivo lógico o racional del rechazo, sencillamente no los tolera, no los acepta, si no piensan como él, o como el grupo, entonces discrimina, rechaza, confronta, acosa o perjudica moralmente a las demás personas. El absolutismo y los prejuicios se comprometen con la intolerancia, y con un sistema de creencia muy reforzado que sostiene “el que piensa diferente a mí, esta contra mí” “el que no actúa dentro de mis creencias, resultados o comportamiento, es mi contrario o enemigo”. Es así como se llega al absolutismo en los grupos de “ellos” y los “nosotros”, “los nosotros contra ellos”.
Una persona de mente cerrada se queda en el pasado, lo alimenta, y de las experiencias negativas refuerza sus pensamientos defensivos, paranoicos, obsesivos, irracionales y absolutistas. Es de ese sistema de creencias que fundamenta sus resultados y sus comportamientos y, estos, alimentan de nuevo su sistema de creencias; es un círculo y un esquema que lo atrapa, que no le permite tener visión de “helicóptero” que no perciben los nuevos acontecimientos, que no mide consecuencia, que no valora nuevos resultados ni acepta los nuevos cambios. Esas personas de mentes cerradas mejor se angustian, se deprimen, se endrogan, se quedan en soledad, se hacen prisioneros del odio, del resentimiento, del miedo y de las frustraciones no resueltas, pero no cambian dado a su mente cerrada.
Para asumir la vida en la diversidad, el disenso y de aprender a tolerar las diferencias en los diferentes espacios: familia, pareja, amigos, trabajos, relaciones grupales e interpersonales, hay que vivir con mente abierta, es decir, ser flexible, escuchar, hacer silencio, no vivir a la defensiva, ni ser piel sensible, ni personalizar los conflictos. Más bien, se debe gestionar las crisis y las diferencias para poder fluir en la vida, tener convivencia armónica y felicidad compartida a través de la cultura del buen trato y de la tolerancia.