Por: Julio Ravelo Astacio
Durante el transcurso de nuestras vidas, a todos nos habrá tocado lidiar con personas con unas características que les definen: una enorme capacidad para incomodarse, molestar, fastidiar a otros, mientras aumentan sus niveles de agresividad.
Son personas difíciles de abordar, tratar, comprender e inclusive ayudar. En ellos tenemos una respuesta constante: que, por lo general, es agria, dura, incomprensible, hasta cierto punto, desde el punto de vista psicológico.
La ira, la rabia, el enojo interminable, insatisfacción, hostilidad hacia los demás, marcado egoísmo, maltratos. Son personas explosivas, groseras a las que parecería no importarles la valoración o impresión que pudieran causar en los demás.
Algunas experiencias que nos ayuden a ilustrar: “En mi casa, las discusiones y los pleitos son el pan de cada día. Insultos, acusaciones, calificativos negativos, burlas. Eso inicia, desde que uno cualquiera de la casa se despierta. Comienza la discusión, la pelea que no para hasta que el último de nosotros se duerme. Solamente en el período de sueño, hay paz en mi casa. No puedo entender como en una persona cabe tanta rabia, tanta agresividad, hasta donde llega su capacidad de alterar a los demás. Lo cierto es que sólo le importa lo que él o ella piensa. No valora las repercusiones que esto tiene sobre todos nosotros. Cuantas veces pienso en el infierno que me significa volver a casa”.
Parecería que es sólo en el hogar donde se desarrollan situaciones parecidas. Lo cierto es, que, en el ámbito laboral, académico, conyugal, ocurren hechos similares.
No olvidemos los estresores socioambientales: calor, hacinamiento, ruidos fuertes y continuos con capacidad potencial para desarrollar conductas agresivas.
La teoría térmica de la delincuencia señala una relación lineal entre temperatura y agresión. Así en el clima frío encontramos niveles inferiores de violencia, mientras que, en climas cálidos los niveles más altos de violencia.
El calor molesto, insoportable, como el que nos toca vivir en estos días nos vuelve más irritables, con niveles de tolerancia disminuidos.
Conviene definir el término agresividad: es un estado emocional que consiste en sentimientos de odio y deseos de dañar a otra persona, animal u objeto.
Enorme es la diferencia, cuando en cambio, nos corresponde tratar con personas tranquilas, armónicas, respetuosas, empáticas que respetan y tratan con altura las relaciones interpersonales, permitiendo vivir gratos momentos de buena y estimulante comunicación.
Conviene precisar: las diferentes conductas agresivas, parecen tener origen en diferentes áreas cerebrales. La amígdala, la formación hipocampal, el área septal, la corteza prefrontal y la circunvalación del cíngulo parecen modular las conductas agresivas, a través de las conexiones con el hipotálamo medial y lateral (Haller, 2014).
¿Qué debemos hacer con estos casos?
ü Procurar ayuda profesional de Psicólogos y Psiquiatras, que permita al individuo comprender la delicada situación en la que vive y como afecta a los demás.
ü Orientaciones adecuadas y apoyo psicoterapéutico para que aprenda a mejorar su capacidad de reaccionar positivamente frente a las adversidades.
ü Uso de fármacos que potencialicen estas acciones, si así se valora.
En la vida toda dificultad, barrera u obstáculo, por difícil que aparente, en sus inicios, puede ser superada.
No podemos escatimar esfuerzos.