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El destacado escritor nicaragüense Carlos Tünnerman, en la página 6 y ss. de su libro La Educación Superior en el Umbral del Siglo XXI, expresa lo siguiente: “A partir de los años ochenta, junto a la restauración de la democracia en la mayoría de los países de América Latina y el Caribe, se fue extendiendo por toda la región un debate sobre dicho tema que ha permitido visualizar, entre otras, las siguientes tendencias: a) notable expansión de la matrícula estudiantil; b) restricción relativa de la inversión pública en el sector; c) rápida multiplicación y diversificación de las instituciones dedicadas a impartir distintos tipos de educación postsecundaria; d) creciente participación del sector privado en la composición de la oferta educativa; y e) progresivo alejamiento del Estado de sus responsabilidades en el financiamiento y la regulación de la educación superior”.
“Estas tendencias (continuamos citando a Carlos Tünnermann), cuyas causas y consecuencias merecen ser estudiadas a profundidad, posiblemente estén relacionadas con los impactos negativos de los modelos de desarrollo adoptados sobre la economía de la región, entre los cuales cabe mencionar: a) el incremento de la deuda externa; b) el aumento del valor de las importaciones, bienes y servicios; c) la participación relativamente débil en las exportaciones mundiales y d) el bajo nivel de inversión; factores éstos que propenden a la inequidad social y educativa al contribuir a generar un notable aumento del desempleo abierto y sostenido por el incremento de la pobreza y creciente marginación de grupos sociales desfavorecidos”
En los umbrales de un nuevo siglo y un nuevo milenio, somos testigos del extraordinario desarrollo de la enseñanza superior y comprendemos cada vez mejor su importancia vital para el desarrollo económico y social. Pero, a pesar de ello, la educación superior se encuentra en crisis casi en todos los países del mundo. Y en la República Dominicana, ni hablar.
¡Qué raro resulta todo esto!
Mientras la población estudiantil aumenta, la financiación pública disminuye, y aumenta también la distancia que separa a países desarrollados de países en vía de desarrollo.
Treinta años después, la educación superior está nuevamente en discusión. Pero, en década pasadas casi nadie dudaba del papel clave de la educación superior en los esfuerzos conducentes al desarrollo, y hasta se le atribuía el rol de motor principal del adelanto y la transformación social. Ahora, todo nos parece distinto. El debate actual se caracteriza por la existencia de toda una escuela de pensamiento sustentada incluso por organismos internacionales, que ponen en tela de juicio la eficacia de la educación superior pública, cuestionan rendimiento social y la prioridad de las inversiones destinadas a ella.
Una de las personalidades más prestigiosas en todo lo que tiene que ver con los aspectos históricos, teóricos y prácticos de la educación superior, Federico Mayor, analiza el problema a escala mundial expresándose en este tono: “En los umbrales de un nuevo siglo y de un nuevo milenio, somos testigos del extraordinario desarrollo de la enseñanza superior y comprendemos cada vez más su importancia vital. Pero, la educación superior se encuentra en crisis prácticamente en todo los países del mundo. El número de alumnos aumenta, pero la financiación pública disminuye, y aumenta también la distancia ya enorme que separa a países desarrollados en materia de enseñanza su superior e investigación”
Tal y como lo expresamos en publicaciones anteriores, el debate actual sobre la educación superior se centra en la contribución que ésta pueda hacer a la modernidad, plasmada en un proyecto de sociedad comprometida con el desarrollo humanos sustentable. Debemos de construir, desde nuestra propia identidad cultural, un modelo endógeno de desarrollo sustentable que no excluya la apertura de nuestra economía y la búsqueda de una inserción favorable en el actual contexto internacional.