La soberanía dominicana con legítima posesión de bienes no termina en las apetecibles playas de Puerto Plata; en ellas comienza el patrimonio oceánico nacional que se adentra hacia aguas de un valioso contenido natural puesto en peligro por una sobreexplotación pesquera y vertidos contaminantes que desde las zonas urbanas llegan hasta el Banco de la Plata, parte de un santuario coralino y de excelente fauna. Aunque el cambio climático genera intensidades destructivas hacia el litoral atlántico, valioso ambiental y económicamente, los daños resultan mayores porque desde la tierra firme que se ejerce propiedad sobre tales recursos está faltando un mayor celo protector.
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La extracción desproporcionada actual debería ser enfrentada con estrictas vedas sobre determinadas especies y orientando la captura hacia variedades sin peligro de extinción, abundantes y más rentables a fin de respaldar importantes actividades productivas de la región. El lucrativo turismo de la observación de mamíferos marinos de cíclicas migraciones hacia esta zona debe ser librado de los riesgos a su permanencia que amenazan predominar en su hábitat.
Insólito que la hospitalidad de la costa de un polo vacacional de categoría, y proyectado hacia mayores inversiones, no incluya todavía verter al mar, previamente tratados, los líquidos del sistema sanitario. Un déficit de infraestructura para el desarrollo que debió ser conjurado anteriormente para que no ocurra la muerte prematura de una gallina de huevos de oro.