La evaluación internacional de alumnos (PISA) ha puesto en evidencia lo sospechado de siempre: la educación sigue siendo un servicio básico, deficiente y de pobre calidad. Y, peor aún, el modelo no tiene empatía emocional: la falta de capacidad para ponerse en lugar de la otra persona, sentir como él, valorar su dolor, su frustración y sus debilidades.
Los hijos de los maestros se han quemado en la evaluación; pero los maestros no son los culpables; las universidades que formaron los maestros no son culpables, debido a que ingresaron con deficiencias básicas. El Estado dice que ha hecho su tarea, pero que la sociedad, los padres y maestros, se involucran poco en la revolución educativa. Mientras tanto, los hijos de los maestros, sus sobrinos, nietos y primos se queman en ciencias, matemática y lectura.
Sencillamente, tenemos jóvenes de 15 años que demuestran dificultades en la capacidad de abstracción, en la pobreza de la asociación de ideas, en la capacidad de cálculo, con problemas de memorización, atención, concentración, juicio crítico, y de incapacidad para leer corrido, interpretar o contextualizar dos párrafos, construir una oración o realizar un resumen o una introducción y conclusión en un trabajo en lengua española.
Los que hoy son actores políticos o educativos son el resultado de generaciones que padecieron carencias, desiguales, falta de oportunidades, de bienestar y de libertad; pero vivieron con la empatía y la conciencia emocional del altruismo, la solidaridad, la utopía, el ideal y el compromiso de que la existencia es posible, si se vive pensando en el otro.
Ahora a nuestros adolescentes les hemos enseñado a vivir en los indicadores de progreso, del bienestar y de felicidad, pero sin los recursos académicos para resolver los problemas simples ni complejos; es decir, socializan y viven un mundo de cambios globales, tecnológicos para lo que no están preparados. PISA es una evaluación, el resultado en el desarrollo psicoemocional, social y cultural, hablan de peores resultados. El llegar tarde a la enseñanza inicial, la falta de estimulación temprana, el aprendizaje deficiente antes del octavo curso representa niveles de frustración, desesperanza y desánimo por la escuela, la lectura, las matemáticas y las ciencias. Ahí empieza la deserción escolar, la deambulación sin propósito, la falta de proyecto de vida, la baja autoestima y pobre autoconcepto.
El adolescente y el joven se enfoca en los resultados inmediatos, en la prisa, y en lo fácil del mercado informal; su pobreza cognitiva les lleva a la pobreza emocional, social y estructural; de ahí, quedan atrapados en el círculo de la pobreza, la exclusión social y de los riesgos psicosociales: embarazos en adolescentes, matrimonio infantil, inicio de relaciones sexuales tempranas, abuso de drogas, amigos de alto riesgo, conductas riesgosas, desempleos, bajos salarios, desesperanza aprendida y desmoralización con desesperanza.
Esa deficiencia educativa le arrastra para toda la vida, teniendo desarmonía familiar, de pareja, malas relaciones con sus propios hijos y falta de compromiso para sentir la ciudadanía responsable. Literalmente la escuela cambió, cambió la salud, cambiaron los valores, las familias, los padres y los maestros; ahora han cambiado los alumnos.
Pero nadie siente la empatía ni la conciencia social; solo sabemos que los servicios son deficientes, desiguales y de mala calidad. Vamos mejor en lo tangible: mejores escuelas, mejores alimentos, más políticas educativas, más recursos disponibles; pero lo intangible, lo que le da valor y dignidad a la enseñanza espiritual, va peor.
Se busca el bienestar y la conquista de derechos, pero se renuncia a los deberes, se ha relativizado la conquista de la voluntad, la dignidad, la bondad, el altruismo y el compromiso social. Lo global, el comercio y el confort nos enseñan a vivir para el consumo, el entretenimientoy la conquista del ego. Los países de mejor calificación de PISA: China, Singapur, Japón, Finlandia, Taiwán, Canadá, Corea del Sur y Polonia. En Latinoamérica los mejores resultados los obtienen Chile, Uruguay y Costa Rica. Pero el que revolucionó la escuela pública fue Estonia.
Si los alumnos son deficientes para comprender problemas académicos; qué pasa si de pronto tampoco cuentan con habilidades sociales, destrezas y fortaleza emocional para manejar las habilidades de la vida.
La diferencia para el desarrollo social, personal y de ciudadanía es la educación, pero si no hay empatía y conciencia emocional, seguirán nuestros hijos repitiendo los mismos traumas y la sociedad nunca comprenderá la causa de sus atrasos en todos los órdenes. Para cambiar los resultados hay que sentir la empatía, el compromiso y la reciprocidad con los jóvenes que son nuestro futuro, y nosotros y ellos formamos el presente.