El profesor de psicología y neurociencia en la Universidad de Michigan, en Estados Unidos, Kent Berridge, lleva décadas investigando cómo se genera el placer en el cerebro, cuáles son las bases neuronales del deseo y el gusto, o qué causa las adicciones.
Uno de los focos de sus estudios más recientes sobre el placer ha sido la sorpresiva diferencia que existe en el cerebro entre gustar y desear.
En esta entrevista nos cuenta qué nos enseña el cerebro sobre el placer.
¿Cómo se genera el placer en nuestro cerebro y qué tan determinante es en la manera en que experimentamos el placer?
El placer de una experiencia siempre se origina en el cerebro. Hay ciertas llaves que abren la cerradura del placer, como el sabor de lo dulce, que es algo placentero para muchas personas desde el momento que nacen.
Pero también es posible crear un aprendizaje relacionado con una aversión a esa experiencia, si nos hace sentir náuseas y nos parece que lo dulce es repulsivo.
De la misma manera, el sabor amargo suele ser naturalmente poco placentero, pero es posible aprender a disfrutarlo. La gente aprende a abrir estos bloqueos de placer en el cerebro.
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¿Cuál es la diferencia entre gustar y desear?
Esa es la pregunta crucial. Yo pensaba que no había diferencia. Que el circuito cerebral de recompensa era el mismo. pero lo cierto es que se pueden separar.
Aunque queremos las cosas que nos gustan y nos gustan las cosas que queremos, no siempre es así.
Está el caso, por ejemplo, de una persona que quiere intensamente algo, pero no le gusta.
Con mis colegas hemos propuesto una teoría para las adicciones: en algunos individuos sus sistemas cerebrales de dopamina son vulnerables a la neurosensibilización.
Eso significa que se vuelven hiperreactivos a ciertas drogas. Esa hiperreactividad a los sistemas de dopamina los hace querer intensamente ciertos estímulos, independiente de si les gustan o no les gustan.
Se han hecho experimentos con consumo de cocaína o con pacientes con parkinson y hemos descubierto que la dopamina está relacionada con querer algo, con el deseo, más que con el gusto.
¿Hay individuos más proclives a buscar placer que otros?
Sí, hay escalas de impulsividad y reacciones de recompensa. Algunos tienen esa especie de sello es sus personalidades y eso es una factor de vulnerabilidad para desarrollar cosas como las adicciones.
Ellos tienen un sistema cerebral que reacciona más a las señales que activan sistemas de recompensa. Eso puede ser algo bueno para encontrar motivaciones y placer en la vida, pero también puede llevarnos a una excesiva búsqueda de recompensas, de placer.
¿Cuánto es biológico y cuánto es aprendido socialmente?
En el caso de los placeres sensoriales claramente se originan en el cerebro. Sabemos que hay ciertos puntos en el cerebro que son generadores de placer.
Se trata de una media docena de pequeñas áreas en el cerebro que cuando se interconectan, actúan como un solo grupo para activar placeres intensos.
Y estos puntos del cerebro que generan placer utilizan ciertos neuroquímicos naturales como opioides o versiones naturales de la heroína o la marihuana para estimular el cerebro y generar esos placeres intensos. Los llamamos los puntos calientes hedónicos.
Para otros tipos de placeres, como el placer de ver a alguien que queremos o experimentar placer con el arte o al escuchar música es distinto.
Si me lo hubieras preguntado hace 20 años, te habría dicho que esos placeres culturales aprendidos funcionan con un sistema cerebral completamente distinto comparado con los placeres sensoriales.
La evidencia nos ha mostrado que son las mismas zonas del cerebro las que generan placeres sensoriales o placeres aprendidos culturalmente.