Hay personas a las que no les gusta el sancocho, ni los pasteles en hojas. Todos los esfuerzos que hagas para convencerles de que esas comidas con sabrosas, nutritivas, de fácil digestión, resultarán completamente inútiles. Las papilas gustativas no aceptan razonamientos; argumentos fisiológicos, culinarios o de economía doméstica, serán rechazados inmediatamente. “No como esas cosas”, será la respuesta tajante ante cualquier intento de “persuasión alimenticia”. Los hombres todos viven “plantados” en sus convicciones, ideas políticas, creencias religiosas, prejuicios o manías. Discutir podría tener algún efecto en los tribunales de justicia; en la vida cotidiana es un rotundo fracaso. Los hombres somos “impermeables”.
El antisemitismo tiene una historia milenaria: expulsiones, exclusiones, pogromes, campos de concentración, cámaras de gas. Sin embargo, todavía hoy, en Europa, está vivo el antisemitismo. Dos jóvenes estudiantes universitarios, inteligentes y cultos, no podrán ponerse de acuerdo sobre lo que ahora ocurre en el Oriente Medio entre israelíes y palestinos. Y lo mismo puede decirse de las disputas políticas acerca de izquierdismo y derechismo. Las experiencias sociales de la Unión Soviética y de varios países de Europa del Este –cuando son mencionadas- solo sirven para agriar las conversaciones entre contertulios ordinariamente mansos. Los hombres “echan raíces” en sus convicciones y, generalmente, son enterrados con ellas.
Los seres humanos se acostumbran a determinados perfumes, saborean gozosamente algunos aderezos, disfrutan de tales o cuales “discursos” políticos, ideológicos, artísticos. Es muy difícil “sacarlos” del alvéolo en que viven alojados desde su juventud. ¿Cómo explicar que haya en el mundo una música “buena” y otra música “ruidosa”? Y lo mismo pasa con el “pelo bueno” y el “pelo malo”; con la valoración antropológica de negros y blancos. Muchas personas que rechazan la esclavitud, siguen despreciando a los hombres de piel negra.
Casi todas las polémicas que toquen “temas de actualidad” están condenadas a la esterilidad. Esas discusiones suelen convertirse en diálogos entre sordos y ciegos. Tal vez esta sea la causa de que algunos “debates” degeneren en aullidos y mordiscos de lobos enemigos. Pero la vida democrática de los pueblos depende de que exista la “discrepancia razonada” sobre ciertos asuntos básicos. Debe darse por bueno y valido que se mantenga una “zona de flexibilidad” para diálogos sociales imprescindibles.