La trascendencia político-social de Juan Bosch descansa en la articulación de un pensamiento, de una motivación y una esperanza, que marcó a más de una generación. Cuando Bosch abandona el PRD tenía 64 años. Sin miedo existencial y sin el espíritu conservador propio de un ser humano a esa edad, decidió fundar el PLD. Conocedor y estudioso de la sociedad dominicana, tenía de frente determinante que enfrentar: una clase dominante sin conciencia de clase y sin visión de Estado; una clase obrera sin respuesta organizativa ni desarrollo político para realizar cambios sociales; más, la ausencia de una clase campesina y, ni hablar de la pequeña burguesía como fuerza social para transformar la sociedad. En la sociedad de entonces, existía un bipartidismo muy arraigado: PRSC y PRD. Y una izquierda fragmentada y patológizada por viejas pugnas personales, por prejuicios de grupos que le impedía organizarse a sí misma y mucho menos al país donde accionaban. Bosch eligió el método de lo particular a lo general. De la calidad a la cantidad. De crear organismos y hacer una Escuela política unificada en unos propósitos que impidieran a sus miembros pensar de forma individualizada, personalista, egocentrista y sectorizada. Con dos propósitos fundamentales: Primero, completar la obra de Juan Pablo Duarte, segundo, lograr el bienestar y la felicidad del pueblo dominicano, a través de una justicia social y de un Estado de derechos y deberes para todos y todas.
Cuando nadie creía ni en utopía, ni nuevos paradigmas que hicieran posible ganar elecciones con un partido de cuadro, en 1990 el PLD ganó con 10,000 miembros. Es decir, con un partido de pequeño burgueses en su capaz media y baja. Bosch logró crear una fuerza política diferente, organizada, creíble, moral y de espíritu altruista. Durante el crecimiento del PLD combatió la formación de grupos, de tendencias y direcciones personalizadas para no suplantar a los organismos. Sencillamente, Juan Bosch trascendió en dejar dos instrumentos político, un pensamiento, una escuela, una conducta y una referencia que serviría a varias generaciones.
Bosch murió sin saber conscientemente que su partido había llegado al Gobierno, quizás no al poder, debido a que su Alzheimer se adueñaba de la memoria, su orientación y su juicio crítico. Desde entonces, el PLD ha continuado en la existencia política, como un partido que debe buscar y mantener el poder. Se ha masificado, ha crecido como la fuerza principal del país, adaptándose a las circunstancias socio-económica y política; aprendiendo a conjugar, dividir, sumar, y jugar con las cartas, monedas y comportamientos, propios de una sociedad sin una clase burguesa organizada, ni un Estado organizado, ni una sociedad civil empoderada, ni una oposición con estilo de vida responsable.
El PLD ahora tiene el poder. Lo posee en un mundo sin ideología; en una América Latina que cambia y se impone a sí misma hacer los cambios sociales sin guerras y sin autoritarismo. Si el espíritu de hacer las transformaciones y darle a este país la oportunidad para el bienestar y la felicidad que no se logran; entonces, la masificación, el poder, el grupismo y la personalización parirán gobernantes, pero no estadistas. Lograrían propósitos, pero no entrarán a la historia, ni será una generación digna de seguir y, mucho menos, digna de imitar. A Lilís no le interesaba la historia, porque él no la iba a leer. A Balaguer le daba un pito, dada su patología adictiva por el poder. Sin embargo, las nuevas circunstancias imponen rescatar a Bosch, un poco quizás, para salvar lo mucho. Salvar la historia, la referencia y el espíritu altruista de una generación que juró hacer las cosas diferentes.