Es hora de pasar de consideraciones teóricas en confortables salones a los pasos urgentes que son posibles a partir de la diversidad de fines industriales que prometen las macro algas que en intensos lapsos anuales llegan por toneladas a playas dominicanas y a muchas otras de la zona del Caribe. Sus pestilentes y contaminantes fermentos espantan el turismo y conspiran contra el ecosistema costero que es riqueza nacional también. Poner barreras a su aproximación desde mar afuera sería incosteable para el Estado por la multiplicidad de problemas que asume, y para la industria hotelera que tan decididamente participa como pilar en la generación de divisas y empleos. El sargazo es ya una amenaza mayor a la economía dominicana y desarrollar mecanismos para transformarlo en materia prima tardaría más de la cuenta si no se actúa con presteza para al menos atenuar su agresión. La aceleración de las embestidas de estas plantas acuáticas son atribuidas al cambio climático y al tratamiento de basurero y de destino de aguas negras que los humanos han estado dando a los océanos. Su destructivo impacto sobre actividades productivas de islas y litorales antillanos y continentales acercan cada vez más a los países a un desastre ecológico y económico.
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Como tal, y como mucho conviene, se tiende cada vez más a procurar soluciones globales que lamentablemente no están a la vista. Mientras tanto, la prefactibilidad utilitaria hallada en componentes del sargazo debe ganar terreno a toda prisa en República Dominicana.