El poco entusiasmo que se advierte en las calles permite pensar que en las elecciones municipales del próximo 18 de febrero se producirá una gran abstención, a pesar de los esfuerzos de los partidos de movilizar a sus militancias utilizando a sus candidatos presidenciales con la expectativa de que, con su presencia y participación, favorezcan el voto de sus candidatos a alcaldes y regidores.
Es por eso que quien ve por primera vez las marchas y caravanas que realizan los fines de semana puede concluir, perfectamente, que a quienes están promoviendo es a los candidatos a la Presidencia, que son los que se roban el show y acaparan los titulares de prensa. Y que a lo mejor no advierten, aunque sospecho que no les importa, que esa estrategia pone en evidencia la debilidad de sus candidaturas municipales.
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Ese empeño en exhibir músculo electoral también trata de suplir y compensar la escasez, y en muchos casos total inexistencia, de propuestas de gobernanza de la mayoría de los que aspiran a dirigir los gobiernos locales, los más cercanos a la gente y sus afanes cotidianos. Eso tal vez explique el poco entusiasmo que ha despertado el proceso en los electores, que el liderazgo de los partidos trata de contrarrestar con fanfarria proselitista y declaraciones triunfalistas para consumo de militantes a los que tratan como borregos. ¿Cómo llegamos hasta ese punto? ¿Desde cuándo dejaron de ser importantes las propuestas y programas de gobierno?
Y no solo hablo, por desgracia, de las elecciones municipales al doblar de la esquina, pues tampoco los candidatos presidenciales de los distintos partidos han hecho muchos esfuerzos porque el electorado conozca a fondo sus planes y propuestas para tratar de resolver los problemas del país, como si pensaran que vamos a votar por ellos solo por sus caras bonitas, su elegancia al vestir o lo bien que hablan y engatusan.
¿Moraleja? Esta campaña electoral necesita más contenido, y menos cháchara política vacía y sin propósito.