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Los seres humanos actúan en la vida social de acuerdo a sus experiencias previas; pero dado el hecho de que estas son limitadas, deben actuar cotidianamente en base a sus inferencias acerca de lo que les conviene en cada caso; o a partir de los juicios y valores que va incorporando a su personalidad, gracias a la interacción constante como a su entorno social.
Como la vida social es tan diversa y cambiante, las personas, para producir respuestas concretas a los estímulos sociales tienen que confiar al hacer uso de modelos sociales estereotipados o prejuicios.
Así, en defensa de su integridad física y sus intereses, los individuos tienden a crear barreras de rechazo frente a las personas y grupos sociales que tienen rasgos diferenciados ostensibles con respecto a sí mismos; comenzando con el color, la raza o etnia, el tamaño del cuerpo, el sexo, la edad, la enfermedad y las deformaciones.
Del mismo modo, en la práctica social aparecen espontáneamente prejuicios acerca de la condición social de los individuos, las áreas como la ciudad y el campo, los diferentes vecindarios, la actividad económica, oficios, religión, nacionalidad, etc.
Los perjuicios más importantes en la vida social son los que se basan en la raza, la religión, la nacionalidad y la condición socioeconómica de los núcleos sociales.
De ahí que cuando cayó el Muro de Berlín y el llamado socialismo real parecía venirse abajo, la discriminación racial, religiosa y de carácter nacionalista, que fueron los mayores prejuicios que predominaban ampliamente con anterioridad, volvieron sobre sus pasos para guiar a la sociedad por sobre la discriminación política y socioeconómica que predominó en gran parte del siglo XX.
De la misma manera que en el Medio Oriente los viejos fanatismos devoran siglos de tolerancia y civilización y están siendo consumidos en la hoguera de los odios generados por la diversidad de etnias, religión y nacionalidades a veces construidas por el poder colonial.
No obstante la cercanía racial, religiosa o política que estos tienen entre sí, si se les compara con las de otras regiones del globo. Los habitantes de La Española viven en constante conflicto por sus diferencias, que no son tantas, cuando en otras cosas son muy parecidos, porque hay intereses encontrados entre ambos pueblos.
Aquí en la Española como allá, los líderes políticos olvidan los factores de orden económico y social, que nos unen; y buscan motivos para justificar su rechazo recíproco e impedir que se establezcan relaciones de convivencia a partir de los intereses de las mayorías.
Pero las élites y los grupos ultraderechistas fomentan el odio y la intolerancia para manipular a la población en su beneficio.