Miltarizando la frontera con densidad de soldados por metros cuadrados y con permanentes acciones de repatriación, República Dominicana ha estado al ataque de los síntomas callejeros de la presencia haitiana que va y viene por efectos de regresos acá logrados por una incorregible porosidad fronteriza. Más allá de este juego del gato y el ratón, aumentan las distorsiones nacionales que fomentan la presencia duradera de músculos importados que al ritmo del celebrado PBI ascendente hace cada vez más necesaria cierta fuerza humana foránea por la escasísima disponibilidad de la local. Porque entre otras causas la emigración del componente laboral dominicano apropiado para oficios ordinarios de campos y ciudades ha llevado al país a resultar una procedencia récord de extranjeros en Estados Unidos.
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Una modificación demográfica alimentada por flujos masivos que preocupan. Mucha gente de aquí se va con sus valores, su idioma y costumbres de raíz nacional; y mucha otra llega (y no moderada y organizadamente como podría convenir) con tendencia a superar los límites racionales que debe tener toda inmigración que ahora, por doquier, anda preocupando a los países. República Dominicana no puede continuar sin promover y disponer tratos laborales justos con suficientes incentivos a empleadores de áreas que absorben con intensidad a extranjeros convertidos en imprescindibles virtualmente sobre todo en la construcción; un motor de la economía; además de en la agropecuaria.