En casi todos los sistemas políticos donde se practica la alternancia del poder mediante procesos electorales, existe un sostenido crecimiento de las fuerzas ultraderechistas, constituyéndose mayorías en diversas instancias de los poderes del Estado. Son diferentes en términos discursivos, por los sectores sociales en que se sustentan, por sus posiciones sobre el rol del Estado. En nuestro país, elementos de ese fenómeno se manifiestan sostenidamente.
Las profundas transformaciones tecnológicas que modifican las relaciones trabajo-capital, la expansión del reclamo de derechos humanos de segunda y tercera generación, de las mujeres, de libertad de opción sexual y religiosa, protección al migrante, son reclamos a los que la derecha tradicional no ha podido dar respuesta adecuada, en ese sentido, ¿Puede esa onda llegar a nuestro país? Ningún país está vacunado contra ese flagelo.
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A pesar de que los sectores de la ultra derecha de RD nunca han sido electoralmente importantes, tampoco nosotros estamos vacunados. Llama la atención que en la selección de los jueces que integrarán el Tribunal Constitucional, a los postulantes se les formulan preguntas que se relacionan con la agenda conservadora global de quien formula la pregunta, relativas a valores que son propios de la esfera privada: el tema de las tres causales y el migratorio, referido al tema haitiano. De esa manera pretenden escoger a aquellos de ideas y posiciones esencialmente reaccionarias. No olvidar la candidatura de Faride Raful, prácticamente sacrificada por la presión de sectores fundamentalistas. También debemos reflexionar sobre lo que dicen algunas mediciones sobre la tendencia de un segmento de la juventud, la que está en el rango de los 18-24 años, cuya intención de votos es favorable al partido que ocupa el segundo lugar en la carrera por la presidencia de la República. Recientemente en Argentina, el voto de los jóvenes de 16 a 34 años fue más del 60% a favor de la ultraderecha.
En el mundo, son frecuentes las movilizaciones de jóvenes que expresan solo rabia y hartazgo frente a una clase política generalmente corrupta e incapaz. Son movilizaciones hacia la nada, como dice René Girard, sin objetivos que apunten hacia un proyecto de transformación social.
La onda ultraderechista es una realidad que si no se sabe enfrentar se convertirá en un tsunami que puede llevarse de encuentro a toda la clase política del país. Sin importar signo. Afortunadamente conservamos sedimentos de las luchas antitrujillistas, conducida durante y después de la dictadura por importantes sectores progresistas de las capas medias, trabajadores organizados, la intelectualidad y sectores de la Iglesia católica.