Hace varias décadas, los partidos políticos en nuestro país, estaban claramente definidos por su ideología: unos eran conservadores, otros revolucionarios. Las banderas, sus emblemas, su himno, sus propios nombres. Sus gentes proclamaban que unos estaban a la derecha y otros a la izquierda. Pero además, esos partidos no eran aparatos asimiles y consistentes; tenían tendencias en su militancia; existía la tendencia liberal de los conservadores y la moderada entre los radicales.
En América Latina, los partidos políticos se han transformado en artilugios proselitistas de mercadeo político, donde su objetivo primario es alcanzar el poder, repartir cargos públicos, perpetuarse por la eternidad y finalmente acaudalarse económicamente. Los temas doctrinales y los pensamientos ideológicos sucumbieron, quedaron arrumbados y las ideologías sociales se disolvieron en locuacidad electoralista.
Quien osa hablar hoy de escuela de formación política, es tildado de arcaico y mucho más. La pérdida de principios básicamente socios-morales en la lucha por el poder, ha llegado a los lugares más recónditos de nuestra geografía nacional. En el pasado, hablar de política era sinónimo de mística, entrega y vocación. Hoy escuchamos hablar de transformaciones que excluye el punto más elemental: ‘’La formación ideológica de nuestra juventud’’.
El estilo político, que se ha instaurado en el país, está conduciendo a sus jóvenes por un derrotero que cada vez más le hace perder su identidad político-cultural.
¿Cuántos de nuestros jóvenes, conocen el objetivo por el cual fue fundada la organización en qué militan?
¿Quiénes mínimamente conocen los estatutos de su organización?
¿Quiénes se atreven a esbozar dos párrafos de su himno?
¿Cuántos saben si quiera en qué fecha se fundó?
¿Y entonces, qué es lo queremos transformar?
Decía el Barón de Rothschild, que cuando veas la sangre correr por las calles, es el mejor momento de comprar propiedades, lo mismo ocurre cuando la ignorancia y el desconocimiento se apoderan de la juventud en una sociedad, es el mejor momento para que las vulpejas salgan a hacer fortuna. No hay manera de transformar una nación, si la misma no comienza por sus recursos humanos, a no ser que esa busque convertir sus jóvenes, en hormigas obreras y catalizadores de votos en pos de un proyecto particular.