Es una misión imposible no pensar en Guy Debord o parafrasear a Bauman al observar cómo la espectacularidad y la liquidez se han apoderado, para mal, de la política dominicana.
No se trata de sumarse a la eventual campaña de descrédito que en las últimas décadas think tanks neoliberales han orquestado y cuyas consecuencias nefastas pasan por, consumada la estigmatización de lo político y lo público como corrupto e ineficaz, alejar la política de quienes pudieran ejercerla con pasión, vocación de entrega y servicio, y ponérsela en bandeja de plata a mercaderes y delincuentes de cuello blanco, que no lo piensan dos veces para privatizarlo todo.
Se trata más bien de reclamar y evidenciar una tendencia preocupante de cada vez más política sin políticos y sin política.
Esto se manifiesta no solo en el denominado proceso de los outsiders, que en países de Europa, Norteamérica y América Latina ha tenido consecuencias nefastas para la democracia, los derechos humanos y la institucionalidad, sino también en una obsesión por la representación más que por el ser.
Cómo escribió Debord: “Todo lo que una vez fue vivido directamente se ha convertido en una mera representación”.
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Y en República Dominicana, a propósito de esta campaña electoral a destiempo, vulnerando las leyes políticas-electorales, hay mucha muestra de la banalidad política. Políticos exhibiéndose lavando cabezas, bailando, cantando dembow, cocinando, comiendo chicharrones, luciendo tenis… en fin, el marketing de lo líquido, del show, del espectáculo, ha hecho su agosto en República Dominicana.
Y no es que haya mayores reclamos para el dembow o los tenis, que son parte de la cultura, sino a que su aparente uso sea un fetichismo que evidencia un camino fácil para “acercarse a la gente”.
Es decir, no se trata de ser políticos cercanos a la gente, sino de aparentar serlo. Y lo peor es que para esto se eligen códigos, apariencia pero no esencia, negando y alejándose del poder transformador que tiene la política en sí.
Porque, si el punto es acercase a los jóvenes la ruta debería ser la solución al desempleo, a la inseguridad ciudadana y al adultocentrismo que es fuente de discriminación y negador de derechos y oportunidades.
Si el punto es estrategia electoral, y considerando mujeres son 51% del padrón electoral y jóvenes 40%, la ruta debe ser la perspectiva de género con tal transversalidad que vaya desde gabinetes paritarios, remuneración del trabajo doméstico, mejores respuestas a la violencia de género, paridad de género en las leyes electorales y por ende en la candidatura, ataques efectivos a la mortalidad materna y neonatal.
En fin, que la juventud es más que dembow y unos tenis y las mujeres más que un lavado de cabeza y un cocinao´ y el que nuestros políticos no lo asuman solo da cuenta de una reivindicación de la política al estilo romano que en vez de conversar e idear cómo llevar pan a la gente, prefieren darnos circo, ¡y mucho!