Poquita fe

Poquita fe

Carmen Imbert Brugal

La emoción es la misma cada vez que Ángela Hernández Núñez recuerda el momento. Ahora con un dejo de pesar, porque sabe que quedó atrás el entusiasmo y el compromiso feminista de aquel tiempo.

Su nombre es irremplazable cuando se menciona la hazaña de proponer el 25 de noviembre como “Día de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer”, luego convertido, gracias al trabajo de Cristina Aguiar Quezada, embajadora ante la ONU, en “Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer -1999-. La diplomática fue responsable de la campaña para motivar la Resolución de la Asamblea General de la ONU.

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Ocurrió en el “Primer Encuentro Feminista Latinoamericano y el Caribe”, celebrado en Bogotá en el año 1981. Aquella jornada fue deslumbrante para la mayoría de las asistentes. Magaly Pineda organizó el grupo y logró la participación de 19 dominicanas que recuerdan la experiencia como trascendente en sus vidas. En ese contexto, después de compartir testimonios estremecedores sobre la violencia ejercida en contra de las mujeres sin importar edad, condición social, nacionalidad, ocupación, se discutió la necesidad de establecer un día para visibilizar el problema y luchar para erradicarlo. Ángela, feminista, escritora, fotógrafa, ingeniera química, después de conversar con las integrantes de la delegación tuvo la fecha, fue un destello-afirma-. Comenzaron las propuestas. Entonces contó la historia de Patria, Minerva y María Teresa Mirabal Reyes, de escribió en poco tiempo las consecuencias de su militancia en contra de la tiranía. Contó el horror de aquel 25 de noviembre de 1960 que marcaría la agonía del régimen. La propuesta fue acogida y en el 1999 las hermanas Mirabal se convirtieron en símbolo universal de la resistencia.

Hoy se cumplen 64 años de aquella atrocidad y 25 años de la consagración del día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujer”. Sin negar avances formales, cambios en la legislación, concienciación, el saldo es lamentable. La violencia contra las niñas y las mujeres luce indetenible.

Habrá flores, actos oficiales por doquier, con la retahíla de promesas y consignas, de medallas y pergaminos. Nada de eso calmará la angustia de los huérfanos, de las violadas, de las mutiladas. Nada será suficiente para conjurar la complicidad de una sociedad que todavía acusa a las víctimas. La frivolidad oficial competirá con el inventario de desaparecidas, con el desmadre en las escuelas y en internados, convertidos en prostíbulos, en centros de torturas. Después de las candilejas continuará la revisión y firma de pactos, acuerdos. Continuarán los ofrecimientos, la arrogancia ética y la propaganda mostrará el rostro alegre de las niñas disfrutando el desayuno escolar. Niñas vulnerables, que no tienen protección en la casa, en el vecindario, en la escuela, en el templo. Será otro día para la fanfarria inútil.

La fe es poca, poquita. Basta escuchar el descaro de los impunes y comprobar la reiteración de hechos que demuestran la fragilidad institucional como la nueva proeza criminal con el nombre de Pandora. Queda la esperanza que, tal y como cuenta la mitología, permanece en la caja de Pandora después que salen las desgracias.

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