«Por algo será» Juan XXIII, el Papa Bueno

«Por algo será» Juan XXIII, el Papa Bueno

POR GRACIELA AZCÁRATE
Juan XXIII, llamado el «Papa Bueno» modernizó la Iglesia y dio paso con el Concilio Vaticano II a la llamada «teología de la liberación» en los países pobres del Tercer Mundo. «Recordamos los graves deberes de los que ostentan la responsabilidad del poder.

Que con la mano en el corazón, escuchen el grito angustioso que se levanta hacia el cielo desde todos los ángulos de la tierra, desde los niños inocentes, hasta los ancianos, desde las personas individuales hasta las comunidades: ¡paz, paz! Renovamos hoy esta solemne invocación. Suplicamos a todos los que gobiernan que no permanezcan sordos a este grito de la humanidad. Que hagan todo cuanto está en sus manos para salvar la paz. De este modo evitarán al mundo los horrores de una guerra, cuyas espantosas consecuencias nadie puede prever…»

Juan XXIIII : El Vaticano, 25 de octubre de 1962.

Confieso que me sobresalté. Cuando volví a releer la frase fue como si una cobra imperial me hubiera clavado sus colmillos venenosos. Cuando leí que la muerte del obispo salvadoreño Arnulfo Romero así como la de otros sacerdotes del Tercer Mundo fue «porque no eran ningunos angelitos» me pareció oír la frase de tantos argentinos que en la década de los setenta, ante la desaparición de mi generación que entonces tenía veinte años, mirando para otro lado decía: «por algo será».

Ese «por algo será» justificó el genocidio de treinta mil personas, en su mayoría jóvenes de entre veinte y treinta años, la desaparición de miles de bebes nacidos en cautiverio y entregados a los torturadores de sus madres; «por algo será» daba licencia para matar a palos, a metralla o a bombazos a los sacerdotes que en tantas parroquias abrían sus puertas para albergar el dolor de miles de madres, devotas católicas practicantes, desesperadas en busca de sus hijos; » por algo será» explicaba las largas homilías de la alta jerarquía religiosa argentina justificando «los vuelos de la muerte» y el pentovanal; «por algo será» quitaba sin culpa los ojos del rostro desfigurado de los sacerdotes salvadoreños, paraguayos, peruanos o chilenos, torturados por «los escuadrones de la muerte» en cualquier «villa miseria» del cordón industrial; «por algo será» puso punto final con la desaparición en «un vuelo nocturno» sobre el Río de La Plata de las monjas francesas Alice Domon y Leonilda Duquet, «chupadas» en la Iglesia de La Santa Cruz, cedida generosamente por los curas de La Comunidad Pasionista, (una orden establecida en Argentina por el sacerdote irlandés Martín Byrne, en 1879) para aliviar el horror de aquellos años de plomo.

Al sobresalto y la indignación, siguió la búsqueda de sentido, de historia objetiva, de lucidez para iluminar esos prejuicios sobre el «libertinaje» y la justificación para «los cruzados de la fe» de «una nueva solución final» al estilo Adolfo Hitler para los que disienten en materia religiosa.

Como diría Marguerite Yourcenar uno no tiene que ofenderse cuando nos tiran un guante a la cara, sino que tiene que sentarse a escribir del guante y del agresor. Nada mejor entonces que hacer un repaso histórico de la Iglesia Católica en los últimos cuarenta años.

La Iglesia Católica Apostólica Romana tuvo un momento histórico esencial, cuando vivió la renovación que impuso el Papa Juan XXIII, llamado el Papa Bueno.

Angelo Guisseppe Roncalli nació en 1881 en la campiña italiana y murió en pleno desarrollo del Concilio Vaticano II, el 3 de junio de 1963. Se transformó en Papa en 1958, y su pontificado duró apenas cinco años, pero en ese corto lapso inició el proceso de renovación de las estructuras anquilosadas, medievales e inamovibles de la iglesia católica.

La muerte de Pio XII lo transformó en Juan XXIII y la finalidad de su papado fue abrir las ventanas para que entrara aire fresco en una Iglesia anacrónica y oscurantista.

Con él se inició el Concilio Vaticano II que produjo una revolución de las estructuras evangélicas dentro de la Iglesia Católica. De esta realidad emanada del Concilio surgieron movimientos sociales dentro de la iglesia, entre sus curas, monjas y hermanas, párrocos, obispos y laicos comprometidos con los pobres.

Surgió la llamada Teología de la Liberación, un fenómeno que en América Latina congregó y sumó a miles de fieles y miles de hombres y mujeres de la iglesia que por abrazar «la opción preferencial por los pobres del continente» sufrieron persecución, exilio y muerte.

La resolución de Juan XXIII sobre la difusión y publicación de las dos encíclicas, Mater et Magistra del año 1961 y Pacem in Terris de 1963, fueron calurosamente acogidas por los portavoces de la opinión pública en todos los continentes. Ambas pastorales insisten sobre los derechos y los deberes correspondientes que se derivan de la dignidad del hombre como criatura de Dios.

En apenas cinco años de pontificado, Juan XXIII promovió una revolución copernicana en la Iglesia Católica.

Patrocinó la reforma litúrgica, permitiendo la misa en lengua vernácula, con el celebrante de cara a los fieles; reforzó el principio evangélico de una Iglesia comprometida con la liberación de los pobres y sorprendió al mundo y a la iglesia puertas adentro, cuando convocó el Vaticano II, entre los años 1962 a1965, sin consultar previamente a la curia romana.

Quería que «el viento de la historia limpiara el polvo acumulado sobre el trono de Pedro», dijo en una entrevista.

Frei Betto, comentó en una nota antes de ser beatificado junto a Pío IX en el año 2000, donde aclara las profundas diferencias entre ambos dignatarios de la iglesia, como Juan XXIII en presencia de Helder Camara, el prelado brasileño, promotor de la Teología para la Liberación trató aunque no consiguió convencer a los cardenales de la curia para que invitasen a las primeras sesiones conciliares a los teólogos de vanguardia, como Congar, Chenu, Schillebeeckx, De Lubac, Guardini. Helder Camara le dijo al Papa que extrañaba tales ausencias en un concilio que pretendía renovar la Iglesia, entonces Juan XXIII le pidió al obispo brasileño que repitiese la queja en una audiencia en que estarían presentes los prelados de la curia.

Esta anécdota da testimonio y muestra al máximo dignatario de la Iglesia Católica como promotor de la apertura de puertas adentro de la misma iglesia.

El Concilio Vaticano II se inició el 11 de octubre de 1962 y demostró el interés de sus integrantes por cambiar aspectos sustanciales de las ceremonias religiosas, como por ejemplo reemplazar el latín en la celebración de la misa, por los idiomas nacionales y sobre todo estimular la mayor participación de la Iglesia en los problemas del mundo.

La propuesta de la encíclica Pacem in Terris planteó la paz entre los hombres y los países de todo el mundo y ayudó a otros cambios y transformaciones de una iglesia europea que debía mirar con caridad y compasión a los pueblos del Tercer Mundo. Tras un largo trabajo concluyó en 16 documentos, un conjunto que constituye una toma de conciencia de la situación actual de la Iglesia y define las orientaciones que se imponen.

Las características del Concilio Vaticano II son: Renovación y Tradición.

Significó una gran transformación de la Iglesia no sólo en los aspectos religiosos, sino políticos, sociales y culturales, y en especial en América Latina, donde las iglesias nacionales se identificaron y consustanciaron con los denominados Movimientos de Liberación Nacional.

La renovación propuso una mayor independencia en el accionar evangelizador y se adaptó a la realidad de cada país, de cada región, con discusiones internas entre los hombres de la iglesia.

En el caso de América Latina, llevó a convocar, como una de las principales consecuencias del Vaticano II, el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), conferencia celebrada en 1968, en la ciudad colombiana de Medellín.

De esta conferencia y en un proceso de afirmación y demostración de la Iglesia de los pobres de Juan XXIII nace la llamada Teología de la Liberación, aspectos dogmáticos y teológicos que muchos de estos prelados de la Iglesia venían discutiendo tiempo atrás.

Aspectos importantes del papado de Juan XXIII son los primeros cien días de su pontificado en que toma una serie de medidas que son cruciales para el desarrollo posterior de la Iglesia. En el orden administrativo designa al Cardenal Domenico Tardini como Secretario de Estado, cargo vacante desde 1944, convoca al Concilio Vaticano II, el 25 de enero de 1959, y no habían pasado 99 días de su elección cuando asombró a la curia afirmando que la cruzada contra el comunismo había fracasado. Ordenó a los obispos italianos que se mantuvieran «políticamente neutrales», y prohibió que circularan libremente, por el Estado Vaticano los miembros de la Agencia Central de Inteligencia norteamericana (CIA).

El Concilio Vaticano II fue un desafío para la Iglesia, puertas adentro y hacia una sociedad que atravesaba los aires fuertes, vigorosos de una renovación total en el mundo subdesarrollado de los países del Tercer Mundo. Fue un desafío que comprometió a todos los estamentos religiosos y laicos implicados, y que llevó a muchos de sus hombres y mujeres a introducirse y ser parte de los Movimientos de Liberación Nacional tanto en Nicaragua, Colombia, El Salvador, Cuba y Argentina, entre muchos otros países.

Fue un desafío en medio de la disputa ideológica y política que se dio en el mundo, en la década de 1960 y 1970 y que hizo participar a miles de prelados y mujeres de la Iglesia ofrendando hasta sus vidas.

«La apertura fue total y quienes impulsaron esta puerta hacia la sociedad, de cara a los problemas de las grandes masas de los pobres, pensaron e idearon una Iglesia para los pobres. Este fue el legado de Juan XXIII y el trabajo final que dejó Pablo VI, después vino un pequeño mandato de 33 días de Juan Pablo I y lo 26 años de Juan Pablo II que sumergió a la Iglesia en los momentos anteriores a la celebración del Vaticano II».

Cuarenta años después la generosa prédica del «Papa Bueno» se extiende como un bálsamo: «… el hombre no es solamente un organismo material, sino también espíritu, dotado de inteligencia y libertad. Exige, por tanto, un orden ético-moral, el cual, más que cualquier valor material, recae sobre las directivas y las soluciones que se han de dar a los problemas de la vida individual y social en el interior de las comunidades nacionales y en las relaciones de éstas entre sí» dijo Juan XXIII en Mater et Magistra.

La herejía no está en celebrar una misa campesina con *»pinolillo» y al ritmo de las *marimbas.

No. La herejía está entre nosotros, cuando miramos para otro lado mientras en una comunidad de Higuey, en un establecimiento dirigido por religiosos católicos se sodomiza, estupra, viola y abusa de niños inocentes.

Herejía es cuando son liberados «en el nombre del Padre», y como si fueran «guerreros de la fe» en una cruzada por la recuperación del Santo Sepulcro, en lugar de oír y defender a los humillados nos santiguamos y repetimos hipócritamente: «por algo será».

*pinolillo: bebida a base de maíz, de gran arraigo popular en Centroamérica.

*marimba: instrumento musical típico de Centroamérica.

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