La reciente experiencia que se ha vivido en el país a consecuencia de la fuerte y prolongada sequía, que dio pie a una especulación a niveles sin precedentes con los precios del plátano, ha venido a confirmar que los dominicanos no pueden prescindir de esta musácea en su dieta diaria.
A pesar de los cambios culturales y generaciones, todo parece indicar que por un rasgo alimentario atávico que permanece inmutable, los dominicanos son fieles e inseparables a este consumo, aunque en alguna medida tienen en ocasiones la voluntad y capacidad de abstenerse de otros productos.
Ese comportamiento, digno de un minucioso estudio antropológico, permite explicar por qué los consumidores no dejaron de comprar plátanos en momentos en que debido a un afán especulativo, que siempre trata de encubrirse con aquello de las leyes de la oferta y la demanda, este reclamado producto del agro llegó a cotizarse por las nubes en el mercado local hasta a 20 y 22 presos la unidad.
De ahí que hayan recibido con manifiesto alivio la baja experimentada en los últimos días en comercios y cadenas de supermercado, donde son vendidos entre 12 y 17 pesos, aunque esos precios son todavía muy superiores a los que prevalecen regularmente a lo largo del año.
En un reciente artículo, el periodista Víctor Bautista analizaba con precisión y profundidad los diferentes aspectos que rodean este fenómeno económico-social en torno al plátano. Refería que las imágenes que circularon profusamente en las redes sociales sobre el virtual asalto a un carrito durante el especial en un establecimiento comercial, ponían de manifiesto que la inseguridad alimentaria es insospechadamente más profunda de lo que creemos y que el país “no ha sido educado para alimentarse adecuadamente”.
La reducción de seis y siete pesos la unidad puede ser atribuida en parte al anuncio que hicieron las autoridades del Ministerio de Agricultura de la autorización para la importación de plátanos desde Centroamérica, a fin de suplir la demanda nacional y contrarrestar el agiotismo.
Es de esperarse, pues, que tan pronto lleguen los primeros embarques, los precios experimenten mayores descensos para situarse a niveles asequibles con un sustancial incremento en el abasto y por esta vía, asestar un golpe a los especuladores.
Este anuncio creó expectativas entre los consumidores, que aguardan una ampliación en esta gradual baja en los precios en medio de una sequía que aún afecta la producción agrícola en el campo y que a nivel nacional ha provocando una merma en la producción de plátanos, principalmente en la zona del Cibao y Barahona, dos de las regiones que más producen este rubro.
La dieta de los dominicanos ha estado tradicionalmente influida por el consumo de plátanos verdes y también por los maduros, que siempre tienen un precio más elevado.
Vendedores en plazas y mercados creen que los precios seguirán bajando porque próximamente entrarán las cosechas del plátano de Barahona y de Azua, cuyos sistemas de regadío han sobrepasado los efectos de la sequía que se registra en la zona del Cibao, donde las cosechas dependen de los ciclos de lluvias.
En definitiva, hay buenas perspectivas para aquella legión de consumidores que se deleita con un mangú en el desayuno, con tostones para acompañar un sabroso locrio o con un sancocho en que no pueden faltar plátanos cibaeños, aunque lo ideal es que la gente aprenda a manejar sus hábitos alimentarios.