El estadio histórico y social que nos ha tocado vivir, esta nuestra sociedad, la de la globalización de los mercados, la información y el conocimiento. Esta sociedad de absurdas contradicciones éticas y morales que se discurren en redes virtuales que poco tienen de sociales.
Esta era que espanta, quiebra los valores que creímos naturales a la vida social. Somos hoy la herencia de ese febril siglo XX que hizo de la vida un cambalache, justo en la consolidación del capitalismo y el neoliberalismo que marchita la posibilidad de ser.
En esta nuestra época. Hoy que la juventud es mayoría, debía ser primavera permanente en el florecer de los tiempos. Sería idónea la época nuestra para emular a esas juventudes que siendo minoría hicieron revoluciones por todo el mundo, a esos que soñaron y construyeron la libertad que hoy por doquier desperdiciamos en cosas estériles.
¿Por qué no asumimos la vieja costumbre de tener un sueño colectivo?
En qué lúgubre momento fue que creímos que el problema era estético, cómo hemos sido capaces de adaptarnos con tal naturalidad a esto que han hecho de nosotros y nosotras. Qué profundo sentimiento motiva el constante afán de correr tras el estereotipo y fenotipo establecido de lo bello, de lo bueno, de lo sexualmente correcto.
¿Hacia dónde vamos como colectivo? ¿Qué pensamos legar a la posteridad? acaso bíceps, tríceps o culos pomposos y tonificados. Por qué no hacemos viral el ejercicio de leer, por qué no poner la realidad social por encima de las redes sociales. ¿Qué tan difícil podrá ser dar un giro a esto que parecemos ser y encarnar la posibilidad de ser?
Cómo fue que perdimos la manía del ‘por qué’, esa rara costumbre que teníamos de niños de cuestionarlo todo. En que viejo cajón olvidamos la rebeldía, hoy que causas hay por doquier para revelarnos.
No olvidemos que la realidad no soporta filtros ni ‘emojis’, recordemos que la vida no es un meme y que hoy tenemos dos herramientas valiosas para crecer y aportar a una mejor sociedad. Una: la juventud que naturalmente acabará. Dos, la libertad que eventualmente podemos perder entre las redes del poder que nos normaliza.
Si no reaccionamos habremos caminado por caminos que otros y otras construyeron, sin habernos esforzado en crear nuevos senderos ni alborotar siquiera el polvo que pisamos al andar.