Por supuesto que no habrá aplausos

Por supuesto que no habrá aplausos

No habrá aplausos para los docentes»
De un día a otro, los profesores montaron todo un sistema de educación obligatoria a distancia, para continuar su misión de vida desde casa… ¡Con dedicación!
¿Materiales? Su computadora privada y personal; su internet, su luz… pagas de su propio bolsillo.
¿Espacios? La sala de su casa, que la hace pública a desconocidos, la intimidad de su casa.
¿Derechos de autor? ¡Cedidos! Investigaciones, imágenes, textos, tareas…
¿Requisitos? ¡¡¡¡Muchas!!!! ¡Quejas de todos en todo momento, sin sensibilidad por el esfuerzo repentino a que estamos sometidos!

La escuela en la sala de casa nunca termina.

Un millón de correos electrónicos para atender… grupos por WhatsApp, llamadas, atención personalizada, acercándose a la función tutorial… a cualquier momento, mensajes de todo el orden…

Gestores, alumnos, familias, sociedad… nosotros, profesores, ¡estamos trabajando!
En realidad, multiplicamos por mucho nuestras horas de trabajo, pues ahora aclaramos las dudas uno a uno, corregimos las tareas una a una, sin aumento salarial o mero reconocimiento o agradecimiento por eso… Nos donamos más allá del contenido, sin hablar de las directrices de orden psicológico, dentro de la comprensión de hacer que nuestros estudiantes vean la trascendencia de lo que estamos viviendo…
¡NO HABRÁ APLAUSOS PARA LOS DOCENTES!

¡Pero aplaudo a los maestros! ¡¡Yo aplaudo a mis colegas!! Yo aplaudo a los profesores con todas mis fuerzas! Por brindar a la educación, el lugar que le corresponde en esta época de crisis…

Somos parte de la historia… ¡¡¡¡¡Aunque no seamos aplaudidos!!!!! ¡Aquí está un millón de aplausos para todos nosotros! «
Texto de la Prof. Alacoque Lorenzini Erdmann.

Uno de los sectores más impactados con el COVID 19 ha sido, sin lugar a dudas, el sector educación en todos sus niveles. De repente, las escuelas, los colegios y las universidades se paralizaron. Millones de estudiantes en todo el mundo fueron afectados con estas medidas de urgencia sanitaria.
Hubo que inventar en la marcha. Los colegios que tenían más recursos tecnológicos diseñaron clases en líneas al vapor. Las escuelas públicas, buscaron la manera de mantener con cierta frecuencia los contactos con los estudiantes Y las universidades tuvieron que hacer de tripas corazón para finalizar el período académico truncado.
En mis últimos 35 años he estado en el mundo universitario, creo que he transitado por casi todas las instancias de la administración académica, pero nunca, nunca, nunca, he dejado las aulas. Lo he dicho otras veces, soy maestra desde antes de nacer. Decidí desarrollar mi mundo con los jóvenes para nutrirme de deseos de emprender sus vuelos.
Las universidades se han visto en la obligación de diseñar la docencia 100% en línea, cuando el currículo universitario estaba pensado para un modelo presencial, o, a lo sumo, semipresencial.
Yo he vivido los últimos meses del encierro aprendiendo una nueva plataforma, diseñando mis cursos para el Doctorado en Historia del Caribe de una manera distinta. Tuve que emplearme a fondo para acompañar el programa con videos, lecturas en líneas y durante las horas de clases por medios digitales, hacer PowerPoint dinámicos a fin de que no se distrajeran durante la clase.
Tuve una sesión de casi cuatro horas de trabajo y salí agotada. El esfuerzo para mantener la atención de los estudiantes es superior, pues, aunque los veas en las pantallas, no puedes ver sus ojos, ni escudriñar en sus miradas. Suerte para mí, a diferencia de mis colegas, mis alumnos son adultos con verdadero interés de aprender, no jóvenes inquietos que acuden a las clases impulsados por sus padres.
Me decía mi nieto mayor que las clases en línea por más amena que quisieran ponerlas, eran aburridas. Aunque le gusta utilizar la computadora, considera que con la presencia física de su maestra puede entender mejor las clases, y aprender mucho más. La conversación terminó cuando me expresó su profundo deseo de iniciar el año escolar de manera “normal”, es decir, presencial, junto a sus compañeros de clases.
Yo que he vivido la docencia en y desde el aula; yo que fui una de las promotoras de las clases mixtas, es decir, con los dos componentes de forma simultánea; yo que ahora solo estoy ofreciendo docencia en línea, me convenzo de que ese proceso de enseñanza aprendizaje no es completo ni es, ni puede ser, un proceso educativo integral.
Educar es algo más que información. Las informaciones que necesitan los estudiantes ya se encuentran disponibles en las redes y bases de datos que están en las nubes; solo hay que tener un poco de destreza para obtenerlas.
Educar es enseñar contenido y enseñar valores. La tecnología no puede, ni debería nunca pretender sustituir al maestro. La computadora, el Internet, la tablet, los celulares, las redes sociales, son solo medios para difundir información (a veces desinformación), no para educar.
Lo he dicho y escrito otras veces. Informar es una cosa muy diferente a educar. En el proceso informativo el estudiante es un ente pasivo que llena su cerebro de informaciones útiles, pero que pueden ser consultadas según la necesidad. En el acto educativo, el estudiante aprende a mirar la vida desde dimensiones diferentes, valora las cosas desde perspectivas distintas. Se supone que cuando educamos estamos apostando a formar ciudadanos responsables con la sociedad a la que pertenecen y conscientes sobre la necesidad de rescatar el medio ambiente; amantes de la historia para no repetirla porque es un gran compromisario con la construcción de un futuro mejor.
¡No quiero escuchar a los supuestos educadores que sobrevaloran las clases en línea y hablan de esta modalidad como si fuera la panacea del momento! ¡Eso es simplificar el acto educativo!¡Eso es olvidar el verdadero valor de educar!

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