Por todo, por nada y por si acaso

Por todo, por nada y por si acaso

Contamos con dos niños en el vecindario que son una maravilla de angelitos. ¡Vaya usted a creer! Son de corta edad. Ella, dos años y unos meses. Él, año y medio; quizás un poco más.
Vivimos casa con casa, ella en segunda planta. Él ocupa la única planta de la vivienda contigua.
La figurita se llama Sofía. La apodamos La Sophie. Y, entonces, ella esconde su linda y pícara carita de diosa infantil, abrazada fuertemente sobre el pecho de su madre.
Ella es mi adorada vecinita Sophie. Lo acabo de decir.
Por su parte, el otro es Samuel David. Su nombre fue escogido de la Biblia. Es amoroso, a ratos. Se apega a todo el que se le acerca con afectos.
Me dice: Papááá… y alarga la vocal hasta tanto le des un sonoro beso en la mejilla.
Te responde con una dulce sonrisa que revela dientecitos de perlas y un gracioso mohín entre sus labios que enternece al más huraño del entorno.
Sin embargo, Samuel David tiene sus bemoles. A ratos es impositivo. Te toma fuertemente de la mano y, a pesar de su edad, si te desatas de sus tirones, se va al piso, con las consecuencias doloridas.
Samuelito sabe saludar a todos los que se acercan o salen del complejo vecino de dos plantas que y hasta a los que pasan por el frente; también a los que anuncian el plátano, la yuca, la yautía, y al de los helados, su pregonero favorito.
Pero algo Sammy puede decir, a su manera, o a su alcance: de corta edad “cacate”, y se alboroza, como queriéndome decir “aguacate”. Por ahí vamos. Y él mismo se aplaude.
Cuando el aguacatero se aleja, Samuel sobreanuncia: “cacate, cacate”…
Madre y abuela, muy religiosas, me culpan cada vez que Samuelito exclama: /e’ diache/. Afirman que está llamando al “demonio”, y que lo ha copiado de mí. Lo consulto con los parientes que conviven con nosotros, y me tranquilizo cuando me responden que nunca han escuchado eso salir de mi boca.
No obstante Sammy sabe decir /Adiós/, con movimiento de la manita que tenga desocupada. Lo cumple con todo a quien ve salir, aunque no lo conozca.
De vez en cuando, la vecina, doña Alexandra Soto, madre de la adorada Sophie, intercambiamos acerca de nuestros dos consentidos parientes, y la doña insiste en que no se sabe cuál de los dos protagonistas es más llorón o más llorona. Si es su hija Sophie o mi nieto Samuel David.
Mientras, le explico que mi nieto se ganó la palma, puesto que desde antes de alcanzar el mes y medio de edad lloraba con ataques, con furia, con lágrimas y hasta sin lágrimas, según la acusación de la niñera.
La señora Soto me contestó, simplemente:
-Mi querido doctor y muy apreciado vecino: Mi hija es la triunfadora, a causa de que:
Llora por todo; llora por nada, y además llora ¡por si acaso!
¡Me tapó la boca!