Para mí que la noticia más importante publicada por este diario en el día de ayer era la que tenía como título “Anuncian plan contra malaria y rabia”. Lo llevo dicho: el coronavirus llegó, se acotejó y se quedó en la República Dominicana, nadie sabe hasta cuándo.
¿Responsables? Los dominicanos que siempre hemos creído que nos las sabemos todas y una más.
Recuerdo cuántos compañeritos faltaban a la escuela cuando llegaba el día en que debíamos ser vacunados contra la tuberculosis que, entonces más que ahora, afectaba a la humanidad. Imagine que, a un lado de la escuela, tres o cuatro casas hacia el oeste vivía un infectado por ese virus.
Íbamos temerosos del pinchazo de la inyección.
No sabíamos cuánto podía doler la aplicación de la vacuna que consistía en dos o tres pequeñas rayas en una de las caras del hombro. Algunos decían que se hinchaban los brazos. Otros aseguraban que producía fiebres altas, días después comparábamos efectos.
No necesito estudiar historia de las pandemias. A mí me aplicaron esa vacuna, y otras, hace 75 años.
Cada proceso de vacunación era precedido de una campaña de información y concienciación sobre los peligros del mal que se combatía y los beneficios de aceptar el protocolo completo, desde la aplicación de la vacuna hasta los efectos no deseados.
Da entonces acá los resultados de aquellas vacunaciones fueron y son excelentes, pero la tuberculosis no desapareció, se ocultó, se aguachapó, se arrinconó. Se fue al África, a regiones del Asia y se mudó en poblaciones donde el hambre es, como dice el refrán en inglés, la mejor salsa. (Hunger is the best sauce).
La TB continuó haciendo daño, sin prisa, pero sin pausa. Alguien, por consumo de aguas no tratadas, hambre, alimentación deficiente, contrae la tuberculosis.
En mayo de 1948 el paludismo, malaria, provocó en mí las peores y más altas fiebres de mi vida. Gracias al doctor Héctor Herrand Blyden, más que amigo de mis padres, quien me aplicó unas dolorosísimas inyecciones de quinina que lograron dominar el problema.
Dado que el sistema de salud ha experimentado tantos cambios, la vacunación de niños y jóvenes se aplica de manera segregada, llevando la ventaja los estudiantes de colegios privados, algo que debe ser ampliado al universo de los alumnos en edad escolar.
Pese a los esfuerzos de mi amigo el doctor Enrique Morales, último director de la unidad nacional antirrábica, el problema continúa.
Con el chernaje que se enfrenta el coronavirus, parece que violar el toque de queda fuera el último deporte inventado por los dominicanos, se desconoce cómo evoluciona el número de infectados, de muertos, internados.
El covid sigue y el pueblo dominicano parece no tener dolientes.