La política dominicana exhibe una incapacidad para saltar los episodios traumáticos, y por el contrario, muchos de sus actores se reiteran en prácticas y hábitos, con altísima dosis de fatalidad. Tropezar dos veces con la misma piedra parece el común denominador de la clase partidaria.
El PRM nació como respuesta a la irracionalidad de un pequeño sector dentro del PRD que no entendió la nueva dinámica de la sociedad. Además, el éxito que acompañó a la nueva fuerza electoral fue saber aprovechar el hastío ciudadano claramente indignado por los excesos administrativos, arrogancia y desdén por los parámetros éticos.
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Ahora bien, construir resultados favorables obliga a la fuerza victoriosa en la asunción de posturas que no pueden calcar comportamientos incorrectos asociados a la franja derrotada. La noción de cercanía combinada con colocar los oídos en el corazón de la gente debe construir una regla esencial capaz de garantizar estilos desde el poder opuestos a aquellos de los hoy desplazados del control del aparato gubernamental.
En los gobiernos del PLD se pensó que la mayoría electoral permitía imponerse frente al resto de la sociedad. De ahí la fascinación por creerse en capacidad de invertir el sentido de las prioridades nacionales sin importar la reacción cívica. Por eso, en el PRM no podemos equivocarnos. La auténtica lección es aprender de los errores del adversario. Por eso, no podemos irrespetar los plazos establecidos en el ordenamiento electoral, y debemos dejar definido el reloj de las aspiraciones. Ahora lo inteligente es apuntalar la gestión en lo social y económico, haciendo del crecimiento, estabilidad, control de la inflación, inversión extranjera y ocupación laboral, los ejes de mayor atracción.
Ponernos locos adelantando legítimas aspiraciones, desenfoca la acción gubernamental e impide que la lógica de lo colectivo se imponga como acto de racionalidad política. Ningún potencial aspirante puede pretender alcanzar el éxito sin la unidad y una gestión oficial en condiciones de combinar eficiencia y honestidad. Los ciudadanos llevan registrado en el corazón el sentir útil para diferenciar a las organizaciones con mayor potencialidad electoral, y así debemos concluir en la necesidad de preservar lo que se considera mejor y rechazar conductas partidarias que no llenaron sus expectativas.
Entender la lógica de actuación ciudadana casi siempre distante de la dinámica partidaria es la fuente que impulsa mayorías exitosas. Los condicionamientos que se ven, estructurados por inversiones abundantes y tendentes a imponerse en la mente de la gente, carecerán de utilidad. Al final, los inventos mediáticos amigos de aderezar las formas simplifican la política alrededor de articular un producto que ordena sus prioridades olvidándose de lo importante para todos. La jurisprudencia es aleccionadora: la certeza de un político consiste en colocar sus intenciones en la agenda del país sin pretender invertir el orden, brindando la certeza de que lo importante es el interés de todos.