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Carlota Pérez, destaca investigadora del Centro para el Desarrollo de la Universidad Sussx, Inglaterra, refiriéndose a las múltiples y complejas funciones que tienen que cumplir las universidades en los países en vía de desarrollo, apunta lo siguiente: “…el momento presente exige de la universidad un enorme esfuerzo de auto transformación para poder ocuparse de manera intensiva de la preparación, reeducación y formación continua de los recursos humanos requeridos por los procesos de restructuración económica de cada país” En efecto, continuamos citando a la destacada investigadora, “uno de los mayores desafíos que enfrentan actualmente los institutos de educación superior en la América Española es responder a los requerimientos de un patrón tecnológico profundamente distinto del que nos trajo hasta el nivel de industrialización que hemos alcanzado y que moldeó al tipo de empresa que hoy tenemos”.
Vale la pena preguntarse: si los docentes dominicanos habremos de enfrentar los mismos problemas con resultados muy parecidos a corto y largo plazo?
Desde las últimas décadas del siglo pasado vienen teniendo lugar aquí y en los demás países de la América española tentativas de reforma de los sistemas de instrucción pública con el fin de que todos los individuos disfruten de las mismas oportunidades de acceso a un régimen de educación de calidad.
Se pretende que la educación se transforme en una herramienta de promoción de cada ciudadano con vistas a ampliar las posibilidades de organizar una sociedad hispanoamericana más justa, más solidaria y más humana.
Ha ido creciendo el consenso de que a través de la educación las personas pueden adquirir los conocimientos y las destrezas necesarias para prosperar en un mundo de mercados abiertos.
Las estadísticas oficiales indican que cerca de la mitad de la población dominicana vive en condiciones de pobreza y que una alta proporción de los que así viven lo hacen en medio de carencias extremas.
Aquí, más que darse una clara asociación entre la pobreza y la educación, ocurre el hecho de que son los pobres las únicas personas con bajos niveles de instrucción, con altas tasas de abandono de estudios y altas tasas de analfabetismo.
La deficiente calidad y el inadecuado acceso a la educación de una gran proporción de nuestros ciudadanos están limitando las posibilidades de progreso del país hacia un desarrollo sostenido. Mientras que en los países de la América española se han estado poniendo en práctica de manera entusiasta y esperanzadora planes de reformas de los sistemas de instrucción pública sobre la base de argumentos relacionados con la productividad, la competitividad global y las mejoras en la equidad social, aquí esos mismos intentos muchos los dan como fracasados.
Son tres los grandes obstáculos que debemos salvar: la falta de recursos económicos; las pobrezas de los alumnos y la deficiente capacidad profesional y técnica de los maestros en servicio. A dichas intercesiones habría de sumárseles los inconvenientes causados por el COVID-19.
Las partidas presupuestarias que los gobiernos que se sucedieron en las últimas décadas del pasado siglo 20 destinaban a educación apenas alcanzaban para cubrir los sueldos de más de 58 mil maestros y 27 mil empleados técnicos y administrativos y para unos que otros gastos de capitales.
La ineficiencia de la escuela dominicana todavía se expresa en los altos índice de repitencia que continúa registrándose en los diferentes niveles.
Conforme a un diagnóstico elaborado por técnicos del Ministerio del ramo el índice promedio de repitencia es de más de un 7% en el nivel básico, lo que significa que más de 180 mil estudiantes repiten el curso, donde se suponía que uno sólo no debía repetir. ¿Lograremos materializar los planes de reformas de la educación?
Al terminar de escribir esta entrega vino a nuestra mente una frase en latín que aprendimos del padre Leopoldo (Obispo Francisco Panal) en la escuela parroquial del barrio de San Carlos: Fata Viam Inverient (el destino encontrara una manera).