Promesa y engaño

Promesa y engaño

Carmen Imbert Brugal

Fue el mejor de los momentos para el relevo. Todo, o casi todo, estaba a favor del Movimiento por las tres causales. Campaña electoral, Plaza de la Bandera, respaldo de organizaciones internacionales y de sus sucursales locales.

Logró adhesiones provenientes de estamentos sociales ajenos a las demandas del feminismo y consiguió la promesa de que todo sería resuelto desde la asunción de mando.

Hubo campamento, pañoletas, canciones, marchas. Reportajes, hasta tentativa de crimen usando una receta de marihuana y chocolate. Esos brownies envenenados perdidos en el túnel de la impunidad, sin DNCD ni medida de coerción.

El movimiento tuvo un esplendor digno de mejor suerte. Tan bien soplaba el viento que muchas dedicaban su esfuerzo a denostar a quien no repetía las frases que iban más allá de incluir en el Código Penal tres motivos para permitir el aborto.

Reclamo claudicante porque la solicitud siempre fue, antes de que los mercenarios ideológicos intervinieran, la despenalización del aborto. Hirientes, más que mordaces, restaban en lugar de sumar.

Olvidaron, sin embargo, el manejo político, la conveniencia. Mientras el entusiasmo obnubilaba, la mitra persuadía.

El campamento por las tres causales fue desmantelado sin obtener nada a cambio, solo algunos decretos que enturbiaron la militancia.

El intercambio de favores entre Iglesia y Gobierno permitió erradicar el tema de la agenda pública. Por eso, el arzobispo de Higüey se traslada de su diócesis para validar la obra del Gobierno, pedir paciencia y encomiar las virtudes del Presidente.

El liderazgo del movimiento fue ingenuo o estaba más comprometido con el Cambio que con la propuesta.

Menospreciaron la astucia del medievalismo imperante que reza y condena. También titubea porque teme perder el respaldo que el púlpito mantiene.

Con la propuesta de reforma a la Constitución, el artículo 37 será amenaza y desafío porque el movimiento ha perdido ímpetu, las voces son inaudibles.

Joaquín Balaguer, agnóstico, supo torear como ninguno, la bravura esporádica de los clérigos. La jerarquía participaba en aquello del boa y su ración y cuando la queja incluía el dogma, el sagaz político exigía para el césar lo que correspondía.

En 1971, la Conferencia del Episcopado manifestó su contundente rechazo a la Ley de Divorcio al vapor. El jefe de Estado ordenó a Víctor Gómez Bergés viajar a Roma para que conversara con el papa Paulo VI.

En sus memorias, el veterano servidor público detalla los argumentos jurídicos que usó para justificar la promulgación de la ley. No pidió clemencia sino respeto a la división de poderes establecida en la Constitución.

Jimmy Hungría, cinéfilo, documentalista, propagó entre sus amigos una consigna más que convincente en tiempo de pandemia.

El autor de “Helados que el tiempo derritió”, “Mangos y Jubilados”, “Gastronomía Musical”, invitaba a vacunarse a las personas atenazadas por “las tres causales”: adulto mayor, hipertensión, diabetes.

Pronto, cuando se mencionen las tres causales, evocaremos la boutade de Jimmy y no la necesidad que tienen las mujeres sin patrimonio, de un quirófano adecuado para la supresión del embarazo.

Valió más el convenio religioso que la promesa laica.