No soy el primero que se pregunta qué tiene el caso Calamar que trae de vuelta y media a la cúpula del PLD. Y no lo digo por haberse constituido en una violenta turba para tratar de penetrar a la fuerza al Palacio de Justicia de Ciudad Nueva, o por intentar destruir la credibilidad del Ministerio Público que dirige Miriam Germán, a la que adorna una reputación a prueba de infamias y calumnias.
Por alguna razón todavía desconocida para el gran público la tinta del calamar parece haber enturbiado el entendimiento de la dirigencia peledeísta, que se muestra atrapada en el callejón sin salida en el que se ha metido, por culpa de la corrupción, el partido al que pertenecen, y al que, en muchos casos, le deben todo lo que son y lo que tienen.
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Por eso vemos al estridente vocero del PLD en el Senado, Yván Lorenzo, declarar que su bloque abandonó el hemiciclo porque no se sienten seguros debido a la “dictadura” que quiere instalar el Gobierno del PRM. Y lo dijo con tanta cara dura que cualquiera pensaría que nunca se enteró de que su líder, el entonces presidente Danilo Medina, impuso un cerco militar al Congreso Nacional en su intento de forzar una reforma constitucional que le permitiera reelegirse nuevamente, lo que no terminó en una dictadura de verdad por el llamado al orden de Pompeo.
Pero quien la botó por los 411 fue la doctora Margarita Cedeño, quien regresó al escenario político con una propuesta tan desafortunada como fuera de tiempo y lugar: que se convoque una cumbre entre el presidente Luis Abinader y los expresidentes Danilo Medina, Hipólito Mejía y Leonel Fernández, para que juntos le busquen una solución a la “crisis de gobernabilidad” (?¿) provocada por los apresamientos.
Si algo así ocurriera, aun fuera en nuestra peor pesadilla, significaría que la democracia dominicana y la separación de poderes que le da sentido y contenido es tan solo un pedazo de papel, cuya única utilidad sería mantener impolutos los ilustres traseros de sus señorías.