Leyendo y escuchando las propuestas de los candidatos presidenciales da la impresión de que más allá de halagar los oídos de los electores algunos no pensaron bien en su viabilidad o en los obstáculos legales con los que podrían tropezar, tan grandes como la Constitución, para hacerlas realidad en sus gobiernos; o tal vez simplemente creyeron que como no tienen ninguna posibilidad de ganar las elecciones del 19 de mayo tienen licencia para fabular y mentir al electorado.
Que contrario a lo que pudieran pensar esos aspirantes a la Presidencia que se han ido de boca prometiendo cosas que están conscientes de que no hay forma de cumplirlas, no es tan lerdo ni tan ingenuo como para no darse cuenta de que lo que le están diciendo que van a hacer es pura demagogia o, en el peor de los casos, un disparate al que no vale la pena prestarle atención. Pero esa es la democracia, en donde todos tenemos derecho a elegir y ser elegidos, un principio sagrado que estamos obligados a respetar, y que nos ha enseñado también que no todos los que aspiran a ejercer ese derecho resultan elegidos aunque se pasen la vida intentándolo.
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Mientras tanto se entretienen prometiendo que en “su gobierno” habrá un congreso unicameral, que eliminarán las ARS y las AFP, que sacarán a todos los haitianos que se encuentren de manera irregular en territorio dominicano, o proponiendo la obligatoriedad de leer la Biblia en las escuelas públicas de país, y si paro de contar es para no distraerlos con tantos fuegos de artificio.
Siempre nos han dicho que el que en política promete una cosa que sabe no va a cumplir es un demagogo, un mentiroso con licencia al que, tal vez por eso mismo, nadie le reclama cuando no cumple lo prometido. Lo que tal vez explique que haya demagogos en todas partes, en partidos grandes y pequeños, emergentes y alternativos, que por lo que se ha visto no son tan diferentes como creen unos y otros. Que cada quien, para que no haya pleitos, se ponga el sombrero que mejor acomode a su cabeza.