En ninguna época del año la nación podría ser privada absurdamente de informaciones y orientaciones que desde Estado lleguen al ciudadano por medios diversos, todos en calidad de herramientas imprescindibles, inseparables, de los ejercicios de poder y para que el pueblo esté siempre debidamente informado desde fuentes oficiales.
Pero de ahí a incurrir en exceso publicitario para resonar con tanto énfasis las realizaciones gubernamentales con textos impresos y electrónicos engrandecedores de lo hecho y de lo que supuestamente se va a hacer con fondos públicos, hay demasiado trecho y suficientes motivos para recibir tales pregones desbordantes como de fines reeleccionistas.
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Ocurre ahora con cifras de niveles sin precedentes sin que pueda considerarse una novedad en la historia política dominicana. Todo lo contrario: al insistir en denunciar intemporalmente el uso de fondos del Erario en actividad proselitista, Participación Ciudadana (a la que damos crédito por su oportuna revisión de archivos) ha afirmado que se trata de una práctica arraigada que alcanza «niveles cada vez más escandalosos».
En forma «velada o expresa» el flujo inmenso de espacios pagados lleva a la entidad cívica de reconocida credibilidad y neutralidad a afirmar que todo ese ruido «no es otra cosa que propaganda electoral, incluso utilizando expresamente cifras tendentes a abultar los éxitos». Y algo más de nuestra parte: para testimoniar un «cambio» que en ese aspecto no ha llegado.