En estos días el tema ha sido la vuelta a la escuela. Desde los útiles escolares, los uniformes e incluso las meriendas.

Pero hay algo que me ha llamado profundamente la atención y es el tema de los códigos de vestimenta escolar.

Últimamente cada madre que se acerca a mi salón de belleza, trae a su hija para buscar una solución alternativa para alaciarle el cabello, pues en las escuelas y colegios no les dejan entrar a clases con el cabello rizado.

Es un tema del que ya había hablado el año pasado y me pareció que era ya prueba superada, hasta que llega otra vez la fecha de volver a la escuela y los casos se repiten como si no hubiéramos avanzado un sólo milímetro en nuestra forma de ver las cosas y de percibir al ser humano como ente inteligente sin importar su apariencia.

Uno de los casos que más me ha llamado la atención es el de una joven a la que su profesor sacó de clases por ir a la escuela con su cabello afro.

Esta joven decidida a no perder su materia, rápidamente colocó unas trenzas postizas para poder ir a la escuela nuevamente y cuando llegó al aula, para su sorpresa, el profesor decidió que con ese cabello de “tíguere” no podía tomar las clases.

Al quejarse en la dirección fue sancionada por alborotar el orden.
Tomemos en cuenta que de cada paquete de cabello postizo, el más barato cuesta entre 25 a 60 pesos.

Una persona puede llevar de 8 a 12 paquetes en una sola cabeza, lo que se traduce en aproximadamente 700 pesos tirados a la basura, que le hubiesen podído servir para pagar transporte público o varios desayunos.

En casos como estos cabe preguntarse si para algunos maestros vale más que sus alumnos luzcan ligeramente “refinados” aunque no se lleven consigo ningún conocimiento de provecho para su futuro.

Los hombres y mujeres del mañana, hoy, son medidos simplemente por su capacidad para llevar el cabello más lacio o menos crespo, con lo cual les estamos inculcando que estudiar realmente no es necesario si a cambio tienes una cabellera que te respalda.