Hoy, utilizar la fuerza de la información y el poder persuasivo de los medios masivos de comunicación, como si fuesen materias primas para fabricar la veracidad de hechos y realidades, con el propósito deliberado de inducir determinadas percepciones, actitudes y opiniones, es creer erradamente que la totalidad de las audiencias carece de capacidad para interpretar y analizar los contenidos y objetivos ocultos de los mensajes. No es táctico ni estratégico aparecer continuamente en los medios de comunicación, hablando de hechos y realidades que no existen.
Desde el contexto ético y estratégico de las relaciones públicas, se sugiere que para crear y mantener un perfil de imagen pública creíble y sostenible, es recomendable que los contenidos o mensajes del discurso que difunden las empresas, instituciones y personas, a través de los medios masivos de comunicación, estén siempre sustentados en hechos, cuya veracidad pueda ser conocida, legitimada y evaluada por los clientes, consumidores y ciudadanos. Las audiencias actuales prefieren creer más en los hechos que en discursos de palabras falsas. Por lo general, las audiencias o públicos no creen en las empresas, instituciones y personas que invierten mucho de su tiempo, creatividad y dinero, pretendiendo con ello mantener una continua presencia en los medios de comunicación. Para algunos directivos, ejecutivos y gerentes de empresas e instituciones, que siguen aferrado a la falsa idea de creer que en el presente siglo es posible fabricar hechos con palabras. Tratar de mediatizar la veracidad de los hechos con informaciones falsas, tiene consecuencias negativas para la reputación, la credibilidad y la imagen pública. Hoy como ayer, un hecho vale más que mil palabras. Cada vez se devalúan más la credibilidad y la imagen pública de los que se afanan por aparecer diariamente en los medios.