Que hablen los muertos

Que hablen los muertos

Sergio Sarita Valdez

El concepto de muerte en medicina forense tiene un atributo muy especial ya que se acepta como fallecida toda persona en la que se demuestre objetivamente el cese irreversible de toda evidencia de función cerebral. Ello así con la finalidad de poder utilizar otros órganos y tejidos para trasplante y que permanecen “vivos” horas después de haber sido legalmente declarada sin vida una persona. El patólogo o médico legista se especializa en examinar detalladamente los daños orgánicos, así como las alteraciones funcionales que de modo concatenado se suceden hasta ponerle el punto final a una vida.

La falta de pulso y un registro cero de la presión arterial, aunados a la ausencia de reacción a la luz por parte de ambas pupilas, a los que se suma la nulidad de actividad eléctrica encefálica alguna, son pruebas contundentes de que nos encontramos ante un cadáver.

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De los gratos recuerdos de mi infancia preescolar agrícola hay uno muy significativo que despertó mi curiosidad y fue la observación de una pequeña hierba, en forma de bejuco delgado rastrero que al más mínimo toque cerraba todas sus hojas. Al cabo de cierto tiempo y de modo espontáneo la gramínea volvía a recuperar su formato original. Con razón las mujeres y los hombres del campo dominicano han bautizado a esta planta con el coloquial nombre de “Moriviví”. Ya de adulto aprendería que en la selva amazónica hay árboles con hojas gigantes que se cierran automáticamente al contacto con insectos. No sé cómo en mi vida de estudiante de medicina asocié aquella simple observación infantil con los reflejos nerviosos. Contemplar a un individuo en posición horizontal inmóvil, ya sea en una cama, piso, calle, o en el agua, despierta inmediatamente la sospecha de que se trata de un cuerpo sin vida. Si el observador es el médico judicial designado, este tomará nota de la hora, fecha, lugar y circunstancias del hecho en un documento al que denominamos acta de levantamiento del cadáver. El siguiente paso consistirá en trasladar al occiso para llevar a cabo el estudio post mortem o necropsia. Ya en la mesa operativa del patólogo se confirmarán los datos recogidos previamente para establecer la identidad, el tiempo de la muerte, causa del deceso, amén de determinar la forma jurídica de la defunción. Debemos establecer con carácter científico si lo sucedido fue un desenlace fatal debido a una enfermedad natural, o si por el contrario la muerte fue violenta. En los fallecimientos trágicos tenemos los renglones del homicidio que es cuando a una persona la matan y el suicidio si conscientemente uno se quita la vida. También existe la muerte accidental en la que se pierde la vida violentamente sin que nadie lo desee.

Es una buena práctica forense abrir el protocolo de trabajo con el historial clínico o datos de las circunstancias en que se inició la violencia. Le siguen la inspección de la vestimenta y luego un examen detallado de toda la superficie corporal. El próximo paso consiste en el examen interno cadavérico y la toma de muestras de líquidos, contenido gástrico, bilis, orina, sangre y cualquier substancia sospechosa presente en el cadáver para fines toxicológicos. Completamos con el estudio histopatológico. Es así como hacemos hablar a los cadáveres sin prejuicios ni coartaciones. ¡Que hablen libremente y que nos cuenten las verdades contundentes que a ciertos vivos no agradan!