¿Quién nos apartará del amor de Cristo? Cuando Pablo se hizo esta pregunta ya se había enfrentado a las más grandes adversidades contra las que puede luchar un ser humano a lo largo de su vida. Tribulación, angustia, hambre, desnudez, peligro, violencia de todo género, discriminación y desprecio. Son situaciones difíciles que el apóstol enumera para declarar victorioso que ningunas de ellas pueden apartarlo del amor de Cristo (Rom. 8:35).
La jerarquía de necesidades que nos presenta AbrahamMaslow inicia con la necesidad de supervivencia. Necesitamos alimentos y agua para responder al hambre y a la sed que sentimos. La protección es la segunda. Luego la necesidad de pertenencia y amor, la de respeto y reconocimiento. Finalmente, la necesidad de autorrealización.
Este cuadro de necesidades humanas, quizás sea el más conocido y divulgado, coincide con la enumeración de carencias que Pablo había experimentado en carne propia. El apóstol sufrió hambre, desamparo, desnudez, desprecio… La escala de Maslow parte de las necesidades biológicas y físicas y luego establece las afectivas; es decir, de identidad, pertenencia, aceptación y autorrealización.
Pablo sufre la necesidad de ser reconocido y el mayor dolor para él fue el desprecio de gente que había recibido su cuidado pastoral. Estas adversidades expresadas en carencias materiales, desafectos y desprecios de la gente, no pudieron apartar al apóstol Pablo del amor de Cristo. Hoy día, las mayores amenazas para separarnos de Cristo son las facilidades que tenemos a nuestra disposición.
La pregunta puede invertirse: ¿Qué nos separará del amor de Cristo? La abundancia, el hábito desenfrenado de consumir todo lo que se anuncia en los medios. La posibilidad de tener una vivienda más confortable y un carro más deslumbrante. O pueden separarnos de Cristo nuestros méritos académicos, el reconocimiento que recibimos o la aceptación que nos otorga nuestra posición política o social.
Nuestra amenaza actualmente como cristiano no es el hambre, sino la abundancia, no es la carencia de bienes, sino el consumo desenfrenado y el afán de tener más. El problema no es la desnudez, sino la presión que crea sobre nosotros la publicidad y el mundo de la moda. Nuestra amenaza no es la falta de expresiones corteses y protocolares, sino la hipocresía que se oculta tras las mismas. Es probable que gocemos de respeto, pero el respecto que inspiramos lo convertimos en ocasión y medio para abusar de quienes percibimos más disminuidos y menos estimados social y económicamente.
Las cosas que pueden separarnos del amor de Cristo hoy son más complejas y sutiles que con las que luchó el apóstol Pablo en sus días, pero sigue siendo pertinente y valida la pregunta: ¿Qué nos separará del amor de Cristo?