A nadie pueden quitarle lo que no tiene, y eso vale, obviamente, tanto para las cosas materiales que tanto nos deslumbran en el materialista mundo en el que vivimos, como para las intangibles, las que no se pueden ver ni tocar pero que forman parte de lo que somos (o de lo que no somos), entre las que hay que incluir valores y sentimientos, virtudes y defectos.
Por eso me inclino a creer que el expresidente Danilo Medina dijo la verdad cuando afirmó, en un acto en Santiago, que nadie lo avergonzará como dirigente del PLD, al que describió como la organización que encarna la esperanza de redención del pueblo dominicano.
Como en otras ocasiones, sus declaraciones han provocado enorme revuelo, no solo porque chocan con la realidad que todos conocemos y vivimos sino también porque evidencian hasta dónde han perturbado su ánimo, y parece que también su psiquis, las acusaciones de corrupción que han llevado a la cárcel a dos de sus hermanos y a los dos últimos jefes de su seguridad personal, con lo que se estrecha el cerco judicial alrededor de quien para muchos terminará sentado en el banquillo acompañando a familiares y excolaboradores, que según todas las evidencias todavía no son todos los que están.
Es probable que, por esa razón, la vergüenza propia y la ajena sean las últimas de sus preocupaciones, pues en estos momentos de apuro y dificultad la urgencia es hacer todo lo necesario para salvar el pellejo, descartado cualquier tipo de arreglo o negociación política salvadora con un Ministerio Público independiente que le cerró las puertas a esa posibilidad.
Y tal parece que la estrategia, hija del miedo o la desesperación, es arrimarse a la sombra del PLD y actuar como si todo lo que está ocurriendo no lo afectara, una forma de negación de la realidad que no puede considerarse una atenuante en ningún tribunal de justicia.