¿Qué puede saber en el Vaticano el embajador Víctor Grimaldi que aquí ignore la Dirección Nacional de Investigaciones (DNI) y demás organismos de seguridad del Estado? Como era de esperarse, por tratarse de episodios felizmente superados por nuestra democracia, ha recibido amplio y unánime rechazo la denuncia del diplomático de que existe un plan macabro, dirigido por “intereses egoístas locales y transnacionales”, para desestabilizar y tumbar al gobierno, empezando por el almirante retirado Sigfrido Pared Pérez, director del DNI, quien lo descartó de plano. También dirigentes de la oposición rechazaron que existan intenciones, de parte de “minorías frustradas”, de provocar desórdenes e inestabilidad para hacer saltar del cargo al presidente Danilo Medina, como lo expresaron ayer Carolina Mejía, Ramón Rogelio Genao, Luis M. Decamps, Guillermo Moreno, Ito Bisonó, Guido Gómez Mazara, quienes coincidieron también en afirmar que los tiempos de los golpes de Estado en la República Dominicana ya pasaron, y que cualquier intento por resucitar esas amargas y dolorosas experiencias sería “una locura” de quien lo intente. Como también lo es, con perdón del denunciante, pretender que creamos en la veracidad de una denuncia que no aporta una sola prueba de la existencia de esos supuestos planes desestabilizadores, detrás de los cuales están “ciertos poderes supranacionales” que aprovecharían la situación para desplazar hacia territorio dominicano a millones de haitianos y resolver así, por carambola, la perpetua crisis de nuestros vecinos. Es difícil saber qué pasaba por la mente del embajador Grimaldi, siempre ávido de atención, cuando tomó la decisión de escribir esa carta y enviarla a los periódicos, pero si su propósito era medir la confianza de sus principales actores en la democracia dominicana, en la madurez y solidez de sus instituciones, hay que reconocer que logró con creces su objetivo.