Que el principal responsable de que el PLD esté como esté, convirtiendo sus ambiciones continuistas en el detonante que precipitó su división e imponiendo un Penco Candidato que nunca prendió en el electorado, se autoproclame como su salvador, quien lo conducirá “hacia nuevas victorias”, resulta chocante, para no utilizar calificativos que pudieran lastimar sensibilidades.

Los hechos indican, sin embargo, que eso no pareció importarle a los miembros del Comité Central que lo escogieron, de manera unánime, como presidente del PLD, poniendo en evidencia la ausencia de opciones frescas y atractivas para dirigir un proceso de renovación que, no obstante ser tan urgente y necesario, se quedó en una declaración de intenciones que salvo las caras nuevas dejó las cosas tal y como estaban.

Pero el expresidente Medina no tenía otra opción que utilizar el partido que desde el poder fue modelando a su imagen y semejanza, a la medida de sus intereses y ambiciones, como trinchera desde la que se pueda defender si los expedientes que se cocinan a fuego lento en la Pepca, que ya envió a la cárcel a dos de sus hermanos, lo arrastran hacia los tribunales arrastrando también al fango al PLD.

¿Eran conscientes de esa posibilidad los miembros del Comité Central que lo aclamaron como su presidente, o los organizadores del proceso no les dejaron opción? Eso es difícil saberlo mirando el juego desde las gradas, pero sean conscientes o no de estar poniendo al timón de la organización en unas manos que, aunque experimentadas, están manchadas por la corrupción que lastra los gobiernos de Danilo Medina, la suerte del PLD y los peledeístas está echada.

Solo resta desearles suerte con su gran timonel, y que los miembros de su “renovada” dirigencia a los que les toque la lotería de la Pepca no tengan que gastar sus ahorros en abogados, que cuando se trata de corrupción quieren cobrar un ojo de la cara y la mitad del otro.