Personas que han ido a los centros de vacunación en las primeras jornadas se han quejado de favoritismos en la aplicación de las vacunas, que según los quejosos se las ponen a personas que llegan de último y que ni siquiera han hecho la fila, pero como son mamás o abuelas de alguien con influencia los atienden primero.
También abundaron las denuncias de otros que a pesar de que no entran en el rango de edad –por encima de los setenta años– de las personas a las que toca vacunarse han recurrido a un amigo o relacionado para que “los metan de chivo”, con lo que le quitan la oportunidad a un viejito que sí la necesita.
Esos favoritismos tan irritantes son parte de nuestra idiosincrasia, de la manera en que interactuamos en un país donde el amiguismo y las relaciones primarias son tan determinantes en nuestra vida pública, pero en este proceso las autoridades tienen que hacer el esfuerzo supremo de respetar las reglas sin excepciones ni privilegios.
En cuanto a la propensión del dominicano a irrespetar el orden en las filas, el color rojo de los semáforos y los letreros de “Pare” en las esquinas la cosa es mas complicada, pues toca a los propios ciudadanos, a su conciencia cívica, dictar su comportamiento, y ya sabemos que en esa materia nuestras calificaciones están por el suelo.
¿O habrá que hacer campañas “educativas” en los medios de comunicación pidiéndole a la gente que no se cuele en las filas o que no se valga del amigo de un amigo o del compañero del partido para que lo vacunen “por la izquierda”? Esta pandemia, al igual como le ha ocurrido al resto del mundo, nos ha puesto a prueba como país y como ciudadanos, pero sobre todo como seres humanos.
Y aunque muchas de las cosas que hemos visto no cuentan lo mejor de nosotros, todavía estamos a tiempo de hacer las cosas bien, de terminar bien, comportándonos a la altura de las difíciles circunstancias que nos ha impuesto y de las que tanto hemos aprendido.