Lo ideal sería desbaratarla por completo y hacer una nueva, pero en el mientras tanto, ¿qué hacemos con los delincuentes de toda laya que en este país hacen ola? Algún radicalizado responderá, sin que le falten razones, que de todas maneras la Policía Nacional está llena de delincuentes con uniforme a los que los ciudadanos les tienen mas miedo que a los que no los llevan, pues delinquen desde la impunidad que les proporciona su autoridad.
Pero destruir siempre ha sido más fácil que construir, y hay que descartar cualquier facilismo para emprender la complicada tarea de transformar la Policía en una institución moderna, profesional, eficiente y, sobre todo, acorde con los democráticos tiempos que vivimos.
Muchos piensan que designar una comisión multitudinaria para que estudie, diagnostique y recomiende qué hacer y cómo hacerlo burocratizará el proceso.
Pero tampoco los prejuicios son buenos consejeros, pues en esa comisión fue incluida gente muy competente, que conoce bastante bien el problema y sus causas, a las que hay que darle la oportunidad de hacer su trabajo (o de no hacerlo) para poder juzgar sus resultados y recomendaciones, que se espera sean lo suficientemente realistas para que puedan concretarse.
Porque cambiar esa Policía, como advirtió hace unos días el Ministro de Interior y Policía Jesús Vásquez, no será cosa de un día para otro, aunque en estos momentos, conmocionados todavía por el asesinato de una pareja de esposos evangélicos a manos de una patrulla policial, nos parezca una tarea tan urgente que no puede esperar un minuto mas.
Y como estamos obligados, mas por necesidad que por convicción, a tomarle la palabra al presidente Luis Abinader cuando anunció que no se cansará ni lo cansarán hasta que consiga hacer una realidad los cambios que requiere, tampoco debemos cansarnos de recordarle a los políticos que toman las decisiones que esa no es la Policía que queremos ni merecemos.