Antes de que continúen las renuncias, lamentos y golpes de pecho conviene recordar lo siguiente: al momento de salir a escena Gonzalo Castillo las encuestas habían tratado muy mal a los precandidatos del danilismo que se habían lanzado al ruedo, a tal punto que ni de manera individual, ni todos juntos, mostraron números que hicieran pensar que estaban en capacidad de competir en unas primarias, con posibilidades de ganar, contra Leonel Fernández, y mucho menos garantizar la permanencia del PLD en el poder en las elecciones presidenciales del 2020. Así las cosas sería ingenuo pensar que el presidente Danilo Medina, cerrado el camino de su reelección, arriesgaría la continuidad y vigencia del danilismo con unos precandidatos tan flojos. Porque resulta evidente que, además de “sangre nueva”, ese precandidato –fuera quien fuera– necesitaba un buen empujón para acelerar su posicionamiento, pues no se puede olvidar que competirá con un rival que ha sido tres veces Presidente de la República y comparte con el mandatario el liderazgo del partido de gobierno. ¿Rompió Gonzalo el equilibrio y la equidad que hasta entonces reinaba entre los competidores? ¡Claro que sí! Pero también rompió la inercia de unos precandidatos que no acababan de arrancar ni de pegar en el electorado, mientras el tiempo corre de prisa en contra del danilismo, obligado a jugar sus cartas cuando tiene posibilidad de ganar con ellas, que es ahora o nunca. Por eso la urgencia de habilitar al mandatario para el 2024, limitando el horizonte del expresidente Fernández en caso de que ninguno de sus delfines pueda vencerlo el próximo 6 de octubre, una tarea que se ve cuesta arriba hasta para Gonzalo Castillo y la generosa ayuda que pueda recibir del Gobierno.