Es muy difícil entender, desde el horror y la consternación, las razones (o sinrazones) que llevaron a una mujer a torturar y asesinar a su sobrino de ocho años, que dada su condición y vulnerabilidad nunca pudo defenderse de la sevicia de la persona, sangre de su sangre, a la que se le confió su cuidado y protección.

Tampoco podremos ponernos de acuerdo sobre el castigo, la sanción o los años de cárcel a los que debería ser condenada la persona capaz de perpetrar un crimen de ese tipo, ya que siempre nos quedaríamos necesariamente cortos. Y lo mismo pasaría con los calificativos que utilicemos, insultos incluidos, para tratar de describir a quien lo cometió, al que nunca debemos cometer el error de comparar con un animal por más peligroso o feroz que este sea, pues los animales no matan por placer, por vicio o alegada enfermedad mental; simplemente tratan de sobrevivir de acuerdo al lugar que ocupan en la cadena alimenticia diseñada por la Madre Naturaleza, siempre sabia.

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Sin embargo, no debe ser tan difícil ni complicado establecer, siempre que exista la voluntad de hacerlo, quién fue que subió a las redes sociales las horrendas imágenes del niño asesinado, lo que solo pudo ocurrir cuando el cadáver estaba en poder de las autoridades. La Fiscalía de La Altagracia dijo que inició una investigación “exhaustiva” para determinar el origen y responsables de la filtración de esas imágenes, que violan la ley sobre Crímenes y Delitos de Alta Tecnología y el Código del Menor.

Pero como todavía estamos esperando los resultados de la investigación para saber quién publicó en internet la foto del cadáver de Reinaldo Pared Pérez en la que apareció junto a la pistola con la que se quitó la vida, tenemos derecho a la duda y el escepticismo. Ojalá estar equivocados y se pueda sancionar de manera ejemplar al responsable, ya que es la única forma de obligarnos a pensar en la dignidad de las víctimas antes de tomar una foto o filmar un video y subirlos alegremente a las redes.