Dice la gobernadora de Santiago, Rosa Santos, que el diputado Miguel Gutiérrez Díaz, apresado en Miami acusado de ser parte de una red internacional de narcotráfico, era una persona humanitaria, preocupada por las necesidades de la gente de su provincia.
Y no dudamos que así sea, como no dudamos tampoco que esa preocupación por los mas necesitados a los que tendía su mano generosa lo ayudara a ser el diputado mas votado de esa provincia, por lo que no hay forma de saber, en verdad, si lo hacía por una sincera preocupación por el bienestar de los mas pobres o simplemente los utilizaba de instrumento, como hemos visto hacer a nuestros políticos, para alcanzar su objetivo de ocupar una diputación.
Pero sea una cosa o la otra alguien tiene que decirle a la funcionaria, cuya candidez conmueve, que ese comportamiento es el típico modus operandi de narcotraficantes de aquí y de otras partes del mundo, desde Pablo Escobar en Colombia, donde llegó a ocupar un asiento en el congreso de esa nación sudamericana, hasta los capos del microtráfico de nuestros barrios, que viven resolviendo problemas menudos de sus vecinos para ganarse la buena voluntad, y sobre todo el silencio protector, del entorno social donde operan su vil negocio.
Pero nadie puede culpar a la funcionaria por dejarse impresionar por la sensibilidad social del legislador, ni tampoco al presidente del Senado, Eduardo Estrella, quien ayer declaró sentirse sorprendido de su captura, pues en el trato que le dispensó siempre se comportó “como un hombre decente”.
Ninguno de los dos estaba en la obligación de conocer, y mucho menos de ponerse a investigar, la doble vida detrás de su fachada de empresario amable y decente, como sí lo estaba, porque lo postuló en su boleta, el PRM. ¿Cómo convencer a los partidos de que es su obligación, si queremos una democracia de mejor calidad, ser más rigurosos y exigentes al escoger los candidatos que ofertan a los electores?