Estoy convencido de que si a alguien se le hubiese ocurrido decir en las redes sociales que las vacunas contra el covid-19 mejoran el desempeño sexual no habría hombre que, a esta hora, no se hubiera vacunado, empezando por los jóvenes que por andar de teteo en teteo rehúsan hacerlo, como si dejar de beber por tres días corridos fuera peor que ir a pasar unas indeseadas vacaciones en una clínica o en un hospital público, si es que sus familiares tienen suerte de encontrar una cama donde internarlo.
Me dirán que equiparar las vacunas con el Viagra es un disparate y tienen razón, pero cuando usted se detiene a pensar en todas las sandeces, incluidas las numerosas teorías de la conspiración, que se utilizan como argumento para justificar no vacunarse, tiene que aceptar que hemos escuchado disparates mucho mas grandes.
¿Por qué se mantiene esa resistencia? Unos por miedo, otros por ignorancia, y muchos por razones religiosas, aunque vale decir que son cada vez menos, tal vez porque están cayendo en la cuenta de que los suicidas no van al cielo.
El rebrote que nos golpea sin piedad hace mas urgente que nunca convencerlos de que se vacunen, de que dejen de pensar en sí mismos y sus egoístas razones, y entiendan la gravedad de la situación.
Es por eso que el Gobierno, consciente de lo que puede costarnos volver a cerrarlo todo, inició ayer una jornada masiva de vacunación que se extenderá hasta el domingo, y que concentrará sus recursos en las provincias con mayor incidencia de covid-19.
Todos necesitamos que esa jornada tenga éxito, incluidos los que no han querido vacunarse, a los que habrá que convencer de que lo hagan por su propio bien y de los suyos.
No hay otra manera de superar la pandemia (no podemos cansarnos de repetirlo), y que podamos dejar atrás los odiosos toques de queda y las restricciones que nos han quitado tantas cosas, algunas de ellas para siempre. Y mientras mas tardemos en entenderlo, peor será.