Es verdad, como se han ocupado de recordarnos especialistas y líderes de opinión, que la humanidad lleva décadas utilizando con seguridad y confianza las vacunas, que han hecho prácticamente desaparecer enfemedades como el sarampión y la poliomielitis, entre muchas otras, convirtiéndose en parte de la rutina de las madres de todo el mundo, que las han utilizado para proteger a sus hijos de las enfermedades que los amenazan en los primeros años de sus vidas.

Pero también lo es que estas generaciones no habían vivido una experiencia tan terrible y dramática como la que nos ha obligado a vivir una pandemia que, desde marzo del pasado año, ha puesto de rodillas al mundo, a lo que hay que agregar la existencia de las redes sociales, un medio de comunicación omnipresente que, en situaciones como la que estamos enfrentando, está contribuyendo a sembrar la confusión y las dudas al difundir informaciones que no se corresponden con la verdad, como ocurre con las vacunas contra la covid-19.

Desde luego, ya sabemos que lo que se dice en las redes no lo controla nadie, una de sus grandes virtudes pero igualmente uno de sus grandes defectos, y que estamos aprendiendo a convivir con esa realidad y sus consecuencias, que tampoco están muy claras todavía.

Lo que sí parece evidente es que debemos encontrar formas más eficaces para contrarrestar las famosas “fake news”, mucho más dañinas y peligrosas en una crisis como la que ha provocado el coronavirus, que ha descalabrado nuestra economía dejando sin empleos ni fuentes de sustento a cientos de miles de dominicanos.

Es por eso cualquier estrategia para llevar orientación sobre la importancia de vacunarse debe tener en cuenta el poder e influencia de las redes sociales, su capacidad de hacer inútil ese esfuerzo y, sobre todo, de convertir esa información y esas orientaciones en una babel en la que nadie entienda a nadie.