Que vivan los estudiantes jardín de nuestra alegría/son aves que no se asustan de animal ni policía/y no le asustan las balas ni el ladrar de jauría/caramba y Zamba la cosa que viva la astronomía”.
Es una de las estrofas de la canción que escribió la cantautora chilena Violeta Parra a sus hijos en el año 1962, conocida por nuestra generación en la década de los 70, en las versiones de Mercedes Sosa, Danny Rivera, y muy popular en el grupo Los Guaraguo de Venezuela.
En esa época de gobiernos dictatoriales y autoritarios, eran los estudiantes los que se atrevían a denunciar los atropellos de esos regímenes políticos, que truncaron la vida de muchos jóvenes en toda América Latina y aquí también.
El 9 de febrero se recuerda el ametrallamiento frente al Palacio Nacional, donde perdieron la vida varios estudiantes como Amelia Ricart; otros quedaron discapacitados como la amiga Brunilda Amaral; en cada pueblo y ciudades encontramos las tumbas de los estudiantes asesinados, como Milton Diloné, compañero de curso en el Liceo Ercilia Pepín, Pedro Reyes Ventura y William Mieses, en San Francisco de Macorís, por solo mencionar a tres de las víctimas, en el gobierno de los 12 años.
La generación que asumió la canción como el himno de la época proporciona el pensamiento crítico esencial que demanda el modelo del desarrollo del individuo, tanto como para ser incorporado a la Inteligencia artificial.
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Los críticos de la alienación y el adocenamiento en el que viven muchos de los jóvenes de esta época, dependiendo de las distracciones que proporciona la tecnología, alegan que esta dependencia obstaculiza el pensamiento crítico, porque más bien se alimenta del inmediatismo, sin dejar mucho espacio a la imaginación. Nuestros jóvenes consumen lo que otros han pensado y como dicen los mayores “nadie aprende en cabeza ajena”.
En República Dominicana tenemos 2,258,060 estudiantes en las escuelas públicas (75%) de la matrícula, que junto a los 638,014 de los colegios privados (23%), más 59,642 (2%) de las escuelas semioficiales, suman más de tres millones de estudiantes. Una gran masa de seres que debemos estimular para que usen el cerebro, para que piensen por sí mismos.
Hace 14 años del inicio de la lucha por el 4% para la educación, y 10 años que se otorgó la entrega de la suma reclamada por la población con sus sombrillas amarillas, pero no percibimos los resultados esperados pese al tiempo que ha transcurrido. Un decenio es suficiente como para que se vean los cambios, es el tiempo suficiente para aprender.
El único logro tangible es el hecho de que ya los padres no pueden alegar que no mandan a sus hijos a las escuelas porque no tienen comida; el desayuno, la merienda escolar y el almuerzo por la tanda extendida es un avance.
Un detalle a tomar en cuenta es si la comida que se sirve en los planteles es realmente un alimento. La inversión que hace el Estado y que pagamos todos, debe tener buenos resultados, al menos tomar en cuenta los valores nutricionales estandarizados para una buena alimentación: baja en azucares, grasas y sales.
Me comentan que ofrecen “jugos” que son agua con azúcar y colorantes.