Los Evangelios no narran cuándo nació Jesús. Sabemos que fue en tiempos del Rey Herodes, siendo Emperador Augusto. Pero tanto Lucas como Mateo nos dejan claro que los poderes de este mundo no recibieron la luz de la Navidad. Lucas presenta al Emperador organizando un censo (Lucas 2, 1-2) para cobrar más impuestos. María y José van a Belén sometidos a la burocracia imperial romana. En Mateo, Herodes ha resuelto matar al niño, desde que oye a los magos hablar del él como ya nacido y llamado a ser “rey de los judíos” (Mateo 2, 2). Ni Augusto ni Herodes fueron iluminados por la luz de la Navidad.

Tampoco el poder religioso judío recibió la luz de la Navidad. El sacerdote Zacarías, de servicio en el templo no cree el anuncio del ángel. No importa que el ángel le haya anunciado “una grandísima alegría, y que muchos se feliciten” con el nacimiento de este hijo de la vejez. Zacarías no parece darle importancia a que su hijo será uno que “vayan delante del Señor” (Lucas 1, 17). El exige garantías. La falta de fe de Zacarías le deja mudo.

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El mismo José, ante el embarazo de María, decide “romper con ella en secreto” (Mateo 1, 19). Y el ángel del Señor calma sus temores.

La gente de Belén, no tiene sitio para María y José, ni siquiera en la posada. Bien entrado el siglo primero, Juan el evangelista escribe con tristeza: “La luz estaba en el mundo, el mundo existió mediante ella, [pero] el mundo no la reconoció. Vino a su casa, pero los suyos no la recibieron” (Juan 1, 10 – 11).

Desde el primer momento, María fue la única que recibió en su vida la luz de la Navidad. Abramos el corazón a esa Luz.