En el mes de noviembre del 1952, Trujillo viajó a los Estados Unidos de América, investido con el nombramiento de embajador, para representar a nuestro país, en la ceremonia de juramentación del general Dwight Eisenhower, en su primer período presidencial. El aludido nombramiento fue ignorado por el Departamento de Estado, por lo que se le designó como jefe de la misión diplomática dominicana ante las Naciones Unidas, con sede en New York. No obstante, Trujillo reservó un piso en el lujoso y exclusivo hotel Mayflower, desde donde se desplazaba frecuentemente a la llamada Babel de Hierro. En esa ocasión, su permanencia en el territorio norteamericano se prolongó por cuatro meses, y en ese interludio, -problemático para las autoridades de aquel país, -tuvo lugar un enfrentamiento personal entre el dictador, y un grupo de exiliados dirigidos por el señor Nicolás Silfa, quienes solían seguirle por todos los lugares donde se desplazaba, portando un ataúd, como protesta simbólica, contra los crímenes que se le atribuían. De esas confrontaciones se hacían eco los principales periódicos de Nueva York, con la consiguiente publicidad favorable al antitrujillismo en el exilio.
Pero fue a partir del 1956, con motivo del secuestro del profesor Jesús de Galíndez, cuando se acentuó la actividad antitrujillista, protagonizada por el grupo de los exiliados dirigido por el señor Silfa. Nosotros recordamos la tarde en que Trujillo empujó, en forma brusca, la puerta de entrada del Despacho del doctor Balaguer, en donde estábamos circunstancialmente, y riendo de manera sardónica como si monologase consigo mismo, exclamó: «Qué pendejo está Nicolás Silfa, con su declaración de que Galíndez fue incinerado en las calderas del vapor Fundación».
(El «Fundación» era un barco de carga de la Flota Mercante Dominicana, propiedad de Trujillo, que realizaba viajes quincenales a la ciudad de Nueva York).
Posteriormente, el señor Silfa, siempre en la búsqueda de publicidad, denunció que el cadáver de Galíndez había sido «encementado» y lanzado a las aguas del río Hudson. Los bomberos de Nueva York realizaron un rastreo al fondo del río, rescatando un cadáver en las condiciones denunciadas por Silfa. Pero se trataba de un gángster, asesinado en los años de vigencia de la llamada «Ley Seca», del decenio veinte del siglo pasado.
Frente a las evidencias acumuladas contra la dictadura, Trujillo maniobró utilizando todos los recursos económicos de que disponía, y contratando los servicios de abogados tan notables como Morris Ernest y Franklyn D. Roosevelt Jr., así como la agencia de publicidad de Henry Klemfus y Asociados, establecida en la Madison Avenue. Contaba, además, con las simpatías del cardenal Spelman, por su supuesta lucha contra el comunismo internacional. En una ocasión, compró la totalidad de una edición de la revista «Life», en español, en la que se divulgaban gráficamente, datos precisos, relativos al secuestro del profesor vasco.
Para nosotros, que estábamos enterados del curso de los acontecimientos, por las arriesgadas lecturas de los periódicos y revistas extranjeras que no circulaban en el país, resultaba inexplicable la inquina del dictador contra Silfa, que no se manifestaba pareja con la de los líderes del exilio Juan Bosch y el doctor Juan Isidro Jiménez Grullón. A estos solía referirse con expresiones peyorativas, con el solo propósito de ridiculizarles. De acuerdo con las diferencias ideológicas y personales que dividían el exilio dominicano en Nueva York, al profesor Bosch se le consideraba desacreditado, ya que desde el propio exilio se le hacían inculpaciones de carácter infamante. En apariencias, la maquinaria represiva de la dictadura, evitaba que al profesor Bosch se le hiciera objeto de una agresión, dados los antecedentes del novelista Andrés Requena, del líder sindical, Mauricio Báez, y del propio Galíndez.
Los intentos para desacreditar al profesor Bosch y al doctor Jiménez Grullón, se limitaban a la publicación de folletos, que se ponían a circular internacionalmente, en ediciones bilingües, supuestamente editados en Venezuela, Curacao y Nueva York. En este sentido, recordamos el folleto titulado «Johnny, el de Alaska», en el que uno de los cuatro perros de presa utilizados para esa actividad, ridiculizaba sarcásticamente una declaración pública, poco afortunada, del autor de «La Mañosa». Otro folleto, este titulado «Jiménez Grullón, terrorista y cobarde», fué escrito por un notable poeta, especializado en el periodismo difamante del agrado del dictador.
Nos consta, porque nos fué mostrado por el ya fallecido y fraterno Otto Vega, un extenso informe escrito por Marrero Aristy, reportando una supuesta reunión sostenida entre él y el profesor Bosch en La Habana, que fue desestimado por Trujillo, con una anotación al margen, en la que calificaba como «imaginativo» al informante.
En el verano del 1956, la poderosa organización de Sindicatos Libres (La Siols, reunida en Bruselas (Bélgica), adoptó una Resolución, conforme a la cual, se le declaraba un boicot marítimo a la República Dominicana, tras la comprobación de que la dictadura violaba el Convenio de la Organización Internacional del Trabajo, que prohíbe el trabajo forzoso u obligatorio. La resolución se refería, específicamente, a las plantaciones de arroz establecidas en «El Pozo», en el municipio de Nagua. Esa resolución intranquilizó a Trujillo, porque afectaba el suministro del petróleo y sus derivados, procedente de Venezuela. El dictador movilizó sus influencias en el exterior, pero no pudo evitar que la Organización Internacional del Trabajo presionase, para que el gobierno aceptase una visita al país de una comisión investigadora. En un Consejo de gobierno en el que se trató la situación, el secretario de Trabajo, Marrero Aristy fue enfrentado por la mayoría de los funcionarios presentes, que abogaron para que la solicitud de la OIT fuese desestimada.
Un embajador dominicano radicado en Europa, tan culto e inteligente como intrigante había informado a Trujillo que durante su estada en Bruselas, Marrero había confraternizado con tres comunistas que deshonran el país en el extranjero». Los supuestos comunistas denunciados por el diplomático eran Bosch, Silfa y Miolán. De comprobarse, Marrero se arriesgaba.
Recordando en retrospectiva las intrigas palaciegas de aquellos años, ya en la decadencia de la dictadura, se nos ocurre creer, que a partir de entonces, Marrero comenzó a perder la confianza de Trujillo. «Aparte de Marrero»- nos dijo en una ocasión ese inolvidable conciliador de situaciones conflictivas, que fué don Virgilio Alvarez Pina.
Finalmente cediendo a la presión internacional, la comisión investigadora de la OIT fue autorizada a visitar el país. Y en una reunión celebrada en el despacho del doctor Balaguer, con la participación de Marrero, sucedió algo para nosotros aún inexplicable. Como uno de los representantes del gobierno, el secretario de Trabajo entregó a los comisionados extranjeros, una carpeta, contentiva del informe oficial que negaba las acusaciones. Y al abrirse la susodicha carpeta, cayó al suelo una página suelta, que aparentemente no formaba parte de la documentación oficial. Era una relación manuscrita, de los trabajadores que trabajaban sin remuneración, en las plantaciones arroceras de Nagua, a quienes se les había aplicado una arbitraria ley de vagancia. Esto lo supimos luego, mediante una de las conversaciones confidenciales que solíamos sostener con el doctor Balaguer, éste, justificadamente preocupado por la extraña incidencia. Meses después tendría lugar el insólito enfrentamiento de Marrero con el más poderoso de los cortesanos palaciegos de entonces, cuando soterradamente se iniciaba la lucha soterrada por la herencia política de Trujillo. El día 02 de agosto del 1960, Marrero ya había sido eliminado entre las opciones, presidenciales.