El Banco Central ha enriquecido su extensa colección bibliográfica con una interesante contribución para conocer el desarrollo urbano de la capital en sus últimos 70 años con la obra del arquitecto Gustavo Luis Moré que como editor se acaba de poner en circulación para deleite de los lectores y enriquecimiento de la vida intelectual nacional.
La obra de Moré es para destacar la vida del hombre que junto a su protector contribuyeron a transformar la capital dominicana, convirtiéndola en algo más amable para sus habitantes pese al lastre de mal urbanismo desde hace siglos. Y es que Rafael Tomás Hernández es un tamborileño de corazón y vida con sus vivencias que no rompe sus nudos con su poblado natal del centro del Cibao. El vino a la capital para convertirse con un tesón admirable y contando con respaldo de un estadista visionario, el doctor Balaguer, laboró intensamente sin descanso para hacer de la capital un moderno centro urbano que con sus defectos puede considerarse haber superado su derrotero pueblerino existente en 1965.
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El respaldo presidencial a Hernández se repartía hacia otros excelentes profesionales para trabajar en la transformación de la capital, que desde el aeropuerto de Caucedo hasta la desembocadura del rio Haina, fue impactada por un proceso de urbanización colosal llevando orden y orgullo a los residentes capitaleños con sus parques, avenidas y áreas verdes insertadas en una amplia llanura costera coralífera. Es un territorio que alberga mas de tres millones de habitantes.
Sin dudas que Rafael Tomás Hernández tiene su amplia responsabilidad en la imagen moderna de la apital. Y el doctor Balaguer junto a nombres de arquitectos e ingenieros como Calventi, Eugenio Pérez Montás, Bergés, Valverde, Almonte, Moncito Báez en sus finales de vida, Mella, Haza y otros más hicieron aportes valiosos e interesantes al renacimiento y rescate de lo que es Santo Domingo hoy, apresado en un tránsito caótico e irreversible en que todo lo hecho parecería que perderá su razón de ser.
El aporte recopilador de Moré, atrayendo de los recuerdos y vivencias de un gran profesional, es invaluable. Y gracias al interés de los directivos del Banco Central en proteger y destacar el valor cultural de sus grandes mentes, el público recibe este libro con gran satisfacción que permite atraernos los que vivimos esos interesantes años de acelerada transformación de la vida rural existente hasta los hechos de la revolución de abril de 1965. Desde ahí se vivió un acelerado proceso de transformación urbano desde el ruralismo anterior a un modernismo que nos llegó de sorpresa con todos los inconvenientes del tránsito que satura las calles capitaleñas.
Los sueños de Rafael Tomas Hernández, plasmados claramente en la obra editada por Gustavo Moré, se tropiezan hoy en día con el desorden conductual, tanto de los moradores capitaleños así como de la incapacidad de las autoridades para al menos haber evitado tantos errores de circulación. No se encuentra en el libro una crítica del bondadoso arquitecto sin emitir juicios negativos hacia ninguno de sus colegas, el solo destaca los valores morales y culturales de sus semejantes. Hernández es un amante de su tierra de gran calidad y atractivo del entorno paisajístico de lo que queda, pese a la modernidad y avance del urbanismo rampante destructores de los tres atractivos samanes de Tamboril.