Ramón Francisco, mentor de la promoción de escritores de 1960

Ramón Francisco, mentor de la promoción de escritores de 1960

Ramón Francisco

Por: Guillermo Piña-Contreras

  1. Precursor de la nueva crítica literaria

No sería descabellado afirmar que Ramón Francisco, con sus excelentes artículos, charlas y conferencias reunidos en Literatura dominicana 60, les señaló el camino a Pedro Conde, que después de 1965 decide viajar a Roma a estudiar literatura; en 1969, año de la primera edición de la paradigmática obra, Diógenes Céspedes se inscribe en la Universidad de Besançon, Francia, en donde, además de lingüística, estudió la poética estructuralista según Roland Barthes, el grupo Tel Quel y los formalistas rusos; y, poco después fue el turno de Bruno Rosario Candelier, quien se doctoró en la Complutense de Madrid. Este primer grupo, con formación diferente naturalmente estaría llamado a revolucionar la crítica literaria en República Dominicana.

Al publicar Antología informal: la joven poesía dominicana, Pedro Conde marcó su entrada con una crítica despiadada, sin concesión, a los poetas que habían surgido después de la muerte de Trujillo y la Revolución de Abril de 1965 en Santo Domingo: “En este ensayo”, escribe Conde, “no se quiere demostrar que la poesía de la nueva generación es algo acabado y definitivo. Tampoco anima el propósito de exagerar la valía de nuestros autores. Quien se aproxime a esta obra, esperando asistir a un desfile de adjetivos heroicos y términos laudatorios, se llevará un chasco. Ciertamente, y a nuestro pesar, tenemos la impresión de que muy pocos de los nombres que aquí se mencionan saldrán bien parados del juicio más severo que les depara la posteridad”. 15 Esta nueva promoción de escritores no era indiferente al “compromiso social” que muchos de los nuevos autores adoptaron tras la intervención militar norteamericana de 1965.

La “derrota” se tradujo en una literatura cuya politización afectaba la calidad artística de la poesía de entonces. Pedro Conde, que había estudiado literatura en Roma, se percató de la situación y la emprendió contra la notable influencia de la política en los nuevos autores. Su acercamiento a la poesía de post guerra es una acertada befa demoledora. Muchos de esos noveles poetas depusieron la pluma o simplemente se consagraron exitosamente a otras disciplinas.

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El “compromiso”, Ramón Francisco lo había criticado recordando que Chejov decía que la obra de arte no se podía confundir con una tribuna para protestas sociales, que no tenía que demostrar solo con mostrar, plantear, cumplía su misión. En su Antología, sin profundizar en el análisis, Conde considera, por ejemplo, que “Los inmigrantes” de Norberto James es una “poesía para sordos” y es mucho más incisivo con la poesía de Jorge Lara (seudónimo de José Ulises Rutinel Domínguez) señalando que en su poesía hay tanta sangre que no entiende, se burla, cómo el propio poeta no se ahoga. A pesar de la predicción que hace en su “nota infructuosa”, solo Mateo ha hecho honor a la “predicción” de Pedro Conde: Caro abandonó la poesía en la década de 1970; Díaz Polanco se inclinó más tarde por la antropología, disciplina que le ha permitido descollar en México, en donde hoy día es un reconocido antropólogo y académico. La Antología informal de Pedro Conde fue el primer estremecimiento importante de que fue objeto la promoción de escritores que surgió después del ajusticiamiento de Trujillo.

Este “estremecimiento” vendría a ser más fuerte cuando Diógenes Céspedes regresó de Francia en 1972. Sin embargo, su análisis difiere mucho de la irónica befa de Pedro Conde con respecto a los jóvenes poetas y sus obras. Céspedes se toma muy en serio la situación de los escritores dominicanos de finales del pasado siglo XX. Consciente, como Ramón Francisco, del inmovilismo de nuestros escritores, emprende, en su columna del cotidiano Última Hora y en las páginas de los suplementos literarios “Artes y Letras” del Listín Diario y “Aquí” de La Noticia, la ingrata función de orientador de la nueva promoción de escritores introduciendo la adecuada terminología que los nuevos escritores debían dominar, explicando qué es el texto literario, etc., sin dejar pasar naturalmente su opinión sobre textos de algunos poetas y novelistas que luego serán reunidos en Escritos críticos. Sus artículos y ensayos se enfocaban principalmente en el texto literario examinado bajo el prisma de la semiótica, la poética y la lingüística.

Céspedes percibe que un número importante de escritores dominicanos de entonces no tenía la lectura que la práctica de su arte exigía: “Ese hombre poeta debe estar enfrascado en la lectura, estudio y asimilación de la economía política, del marxismo, de la biología, de la lógica-matemática, de la lingüística, de la semiótica, del sicoanálisis y de cuantas disciplinas incidan en el avance del hombre.

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Ligado a la química, a la física, a los problemas de las comunicaciones espaciales y del mecanismo de los viajes espaciales […]. Conocedor de varios idiomas”.

Esta digresión viene a cuento porque tanto Pedro Conde como Diógenes Céspedes y Bruno Rosario Candelier tienen la formación y la cultura que Ramón Francisco exigía al crítico literario, advirtiendo que “la carga es poco menos que abrumadora. Encima de todo esto el crítico de hoy, repetimos, tiene que conocer a fondo nuestra historia, nuestras expresiones folklóricas, así como la historia del resto del mundo en que vivimos, ya que nosotros no hemos caído del cielo. La obra de arte de hoy exige todo esto y no tiene caso quebrar las cuerdas vocales en cualquier esquina de la calle El Conde si la parte creativa del acto artístico asignado al crítico no puede ser cumplida. Es por lo que el crítico de ayer con frecuencia apalea al crítico de hoy”.

Las críticas sin elogios de Céspedes como las irónicas observaciones de Conde naturalmente no fueron bien recibidas, pero hay que reconocer que la labor de Céspedes en los albores de la década de los 70 fue, más que el estremecimiento de la Antología informal de Pedro Conde, una eficaz incitación a leer, a cultivarse, ponerse al día. Y evidentemente la que más influyó en las nuevas promociones de escritores dominicanos.

Para Rosario Candelier, contrariamente a Conde, la crítica literaria más que disuasiva debe estimular e incentivar el cultivo de la escritura, de la literatura y, como Céspedes, debe incitar a los escritores a cultivarse, a leer. La malla del filtro de sus análisis críticos es ampliamente generosa. El crítico dominicano de hoy puede “solicitar” el empleo y anexar su foto 2×2 como propone Ramón Francisco en Literatura dominicana 60, sin, evidentemente, el sueldo formidable de “¡dos mil años de amor!” (p.163).

“Carta a Aquiles Azar”, último texto de Literatura dominicana 60, es una suerte de guiño al lector, una manera de hacer comprender su influencia, por su cultura y mayor edad, en los escritores dominicanos que destacaron en 1960. La influencia que pueda ejercer un escritor en una generación intelectual se adquiere, no solo por el talento, carisma, y sólida cultura sino por la manera cómo vehicula su saber en el seno de determinado grupo de escritores.

Tal vez por recato intelectual, Ramón Francisco no asume explícitamente su papel de líder intelectual de la promoción de escritores de 1960. “Carta a Aquiles Azar” además de una picada de ojo revela su dominio de los artificios literarios que, como él mismo enuncia: “La obra de arte moderna quiere que el lector participe cada vez más como sujeto activo de la experiencia estética”.